Capítulo XXXIX. ¿Un problema o una solución?
Permaneció frente al inodoro por varios minutos más tras dejar de vomitar, por si volvía hacerlo, mientras las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas y se hacían más abundantes. No podía dejar de llorar por mucho que así lo quisiera, aunque, dentro de ella, sabía que aquello, llorar, era lo mejor, lo único que haría que se desahogara y no tuviera que desahogarse de otra forma.
Cuando creyó que no volvería a vomitar, lenta y cuidadosamente, comenzó a levantarse y, bajando la tapa del inodoro, tiró de la cadena de éste y se dirigió hacia el lavabo para así cepillarse los dientes, enjuagarse y lavarse la cara, con el objetivo de dejar de llorar.
Las lágrimas se confundían con el agua que ella misma, únicamente con su mano izquierda, se llevaba a la cara, pretendiendo dejar así de llorar, pero, ésa, era una labor ardua y casi imposible en aquel instante.
Sintiéndose completamente impotente e indefensa, cerró el grifo del agua y, llorando aún, se puso de cuclillas frente al lavabo, llevándose las manos a la cabeza y dejándolas ahí con cuidado, sobre todo por su mano derecha.
Mia no era capaz de entender por qué hacía lo que hacía, por qué se sentía como se sentía, por qué no dejaba de ser tan negativa y pesimista siempre y con cada acción que realizaba o iba a realizar, por qué le ocurría lo que le ocurría y por qué no hacía nada para remediarlo, sino que, por el contrario, lo fomentaba.
Sabía que todo en la vida no era de color de rosas, que para ganar hay que luchar, que para conseguir, hay que sacrificar, que siempre, aunque se tengan personas que te hunden, hay personas que te hacen seguir, y, aunque sean menos que las que te hunden, sus acciones cuentan mucho más, cada acción buena en una persona, cuenta más que una mala. O al menos así debería ser.
En aquel momento, no tenía un pensamiento claro, ni siquiera sabía bien por qué seguía llorando. Sabía por qué había comenzado a llorar, pero no sabía por qué seguía haciéndolo, ya había parado de vomitar, se suponía que también debería haber parado de llorar. Pero no era así.
Había multitud de hechos que Mia no llegaba a comprender ni entender, multitud de preguntas de las que aún no había hallado la respuesta, multitud de acciones que no llegaba a entender por qué eran realizadas, pero, lo que nunca había llegado a comprender, e incluso dudaba de la capacidad de poder hacerlo algún día, era por qué, ella misma, tenía más momentos malos que buenos. Sí que siempre se dice que los momentos buenos, por muy pequeños que sean, han de contar más que los malos, pero, cómo hacerlo posible siendo tan pesimista y negativo como lo era Mia.
Había muchas preguntas de las que Mia aún no había conseguido la respuesta, y aquélla era una de ellas. Aquélla pregunta era la que constantemente se formulaba en su mente. << ¿Cómo ser feliz siendo como soy? – pensaba siempre Mia. >>
Quizá Mia fuera en ocasiones demasiado extremista con respecto a lo que le ocurría o lo que sentía, pero nadie podía juzgarla por sentirlo así. Una forma es cómo se vea, y otra, lo que sienta esa persona.
Tras varios minutos en aquella misma posición, intentando dejar de llorar y sollozar, ya que no quería que nadie la escuchara o la viera de aquel modo, se levantó, salió del cuarto de baño y se dirigió hacia su cama, donde se tumbó e intentó relajarse, sin embargo, un anterior pensamiento, hizo que no le fuera posible.
Intentaba dejar de llorar y sollozar para que nadie la viera o escuchara estando de aquel modo, pero, la persona que podría hacer ambas acciones, se había ido de aquella casa. Nadie la escucharía o vería, ya que nadie la echaría en falta como para ver qué estaba haciendo o hacía. Esto hizo que llorara de nuevo e incontroladamente mientras se ponía boca abajo, para así cubrir su rostro con la almohada.
ESTÁS LEYENDO
Amores distintos [pausada].
Teen FictionAmelia, o Mia, y Dylan se conocieron en la fiesta de cumpleaños de una amiga, en la que estuvieron hablando entretenidamente y, a pesar de conocerla poco, él la estuvo ayudando y apoyando cuando sufrió un fuerte mareo. Desde ese día, se vieron sólo...