TREINTA Y TRES| Entonces lo hago

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CALIAN.

—¿Puedo pedirte un favor...? Sé que no estoy en condiciones de hacerlo, pero...

Zack deja las palabras al aire, se ve avergonzado y yo quiero entender qué pasa, pero parece imposible porque él se niega a hablar.

—¿Sucede algo?

—No, yo... bueno —otro silencio—. ¿Puedes...?

Y se calla.

—No sé qué quieres, pero si no me lo dices no voy a saberlo nunca.

—¿Puedes emanar feromonas? —su petición me confunde—. Por favor, yo... necesito comprobar algo.

—¿Tiene algo que ver con tu problema?

—No, yo...

—De acuerdo, lo haré.

Zack se sienta en una silla, mientras que yo estoy de pie, puedo sentir sus manos sobre mi cadera, pero eso solo me causa cosquillas y quiero reír.

—Puedes hacerlo.

—Zack... el cuarto a estas alturas está lleno de mis feromonas.

Sentir su temblor me provoca un sentimiento confuso, no es lástima, sino un clase de culpa. No puedo ignorar el hecho de que Alexandrey es el autor de esta tragedia, y que yo tuve algo que ver con ella. Mi frente se empapa de sudor, así que Zack se pone de pie y olfatea mi cuello, su respiración me hace cosquillas.

—No puedo sentirlas —susurra.

—Eres un alfa, deberías... Deberías hacerlo, el tratamiento estaba bien, ¿por qué no hay resultados?

La puerta suena, así que me dirijo hacia ella y me encuentro con Haru, quien se cubre rápidamente la nariz y se aleja.

—Justo a tiempo.

—¡¿A tiempo?!

El omega se queda tieso, mirando la situación y preguntándose por qué Zack está aquí y el cuarto apesta a feromonas. Pasan unos minutos para que se anime a quitarse el pañuelo y sentir que sus pulmones se dilatan, al igual sus ojos, los cuales brillan gustosos.

—Desprende tus feromonas para Zack.

—¿Puedo preguntar por qué?

—No, ahora hazlo.

Haru suspira, pero se me acerca y me caliento al recordar que yo ya tuve a este omega para mí solito un día, en Dubái, cuando mi vida, aparentemente, era perfecta.

Deslizo mis manos por su espalda, haciendo que el omega tiemble y se acerque al alfa.

—Qué jodido es tener a dos omegas excitados y no poder saber ni una mierda —la ironía de Zack nos hace sentir culpables—. ¿La están pasando bien?

—¿No puedes sentirlas? El médico dijo que a estas alturas deberías poder hacerlo.

Zack se encoge de hombros como respuesta, pero se relaja. Algo me dice que sí puede sentirlas, pero a menor escala, o simplemente no se ve afectado por ellas. Sus ojos están cerrados, respira lento, conforme Haru se sube sobre sus piernas y yo me siento en la cama, Zack suspira, mientras sus venas poco a poco comienzan a saltarse.

—Paremos —susurro—. Esto puede ser peligroso para Haru.

Y sí que lo es, porque el omega está que se derrite por estar con el alfa, pero él no accede ni por asomo y yo ya no puedo complacerlo.

—Lo siento, creo que fui demasiado lejos.

Quiero decirle que no es así, pero la puerta se abre de nuevo y ahora vemos a dos Gammas. Los dos están mirándonos burlones, pero un tanto irritados de vernos así, tan cerca.

Abismo InmoralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora