VEINTIOCHO| Hoy aprendí algo nuevo

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ALEXANDREY.

Cuando pensé que jamás podría sentir siquiera aprecio por alguien, llegó este chiquillo a mi vida.

Con esa sonrisa socarrona. Fue una pena que terminara en mis manos, porque estoy seguro de que pudo haber brillado mucho más de lo que ya lo hacía ahora. Por eso pensé que estar agradecido era poco, debía arrodillarme y agradecer al cielo por darme la oportunidad de tenerlo, aquí, a mi lado.

Se había robado más de uno de mis sentidos, haciendo que el mundo entero, incluso el mío propio, girara a su alrededor. Pero verlo de esa forma tan desamparada me hizo sentir un furia inmensurable.

No me importaba en lo absoluto qué le pasara al maldito mundo, a las personas, o a quien sea que no fuese Calian, pero si algo, o alguien, lastimaba a mi Dominante, entonces no me quedaría más remedio que destrozar todo a nuestro alrededor. Debía hacerlo, por él, por mí. Por nosotros.

Era mi deber como Gamma.

—¿Alex...? ¿Qué haces ahí?

Me acerqué a Calian, reteniendo las ganas por lanzarme sobre él y lo dejé acariciar mi rostro. Sus manos estaban frías, por lo que las sostuve tan pronto y pude. Mi omega se sentó, se acercó apenas un poco, dejándome a su merced. Mi corazón se aceleró de pronto, no entendí gran parte de lo que me hizo sentir ese pequeño toque, pero fue suficiente para anhelar por más.

—No lo entiendo —susurré.

—¿Qué no entiendes?

—Por qué me haces sentir de esta forma.

Calian sonrió, dejando que lo helado de su piel me hiciera sentir un poco de frío. Esos sentimientos nacientes en mi pecho eran abrumadores, no podía creer que yo, un Gamma, pudiera sentir lo que suponía y no podía. Pero no los culpaba, de hecho, era un alivio que los bastardos como nosotros estuvieran casi extintos, porque si tan solo los demás tuvieran a un Calian a su lado, estoy completamente seguro de un cosa: Y esa es que todos estarían aterrorizados de la Casta Gamma.

Éramos peligrosos, pero más lo seríamos de tener algo por lo cual mataríamos a diestra y siniestra.

—Calian... —me acerqué más, quería besarlo—. Quiero besarte.

—Bésame entonces.

Besarlo fue como tener el pétalo de una rosa entre mis labios, mis manos sangraron conforme me adentré en sus espinas, dejándome con un ardor y ese característico dolor pululante. Extendí las manos, acostándolo de nuevo, la ansiedad se apoderó de mí, sentía la oscuridad como la cómplice perfecta para cometer el crimen más placentero jamás vivido. Mi ansiedad por poseerlo casi me supera, pero Calian me empujó, suave, haciéndome caer sobre la cama.

—No podemos...

Su imagen me sobrevoló la mente, se veía jodidamente apetecible, sonrojado, con esos ojos brillosos y llenos de ansiedad, con esos labios carnosos, enrojecidos, hinchados... me le lancé encima.

—¡Alexandrey, no!

Mi Dominante me dio una palmada en la cabeza. Me terminé encogiendo de hombros, por alguna maldita razón me sentí regañado.

—Pero...-

—Pero nada. Nada de sexo, no podemos tener relaciones hasta que la amenaza de aborto desaparezca.

—Y para ese entonces ya serás un balón que no podrá ni ponerse los pantalones solo y yo moriré por abstinencia, soledad y melancolía.

—Qué exagerado, Dios mío, no te va a pasar nada por no tener sexo durante unos meses.

Abismo InmoralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora