TREINTA Y CINCO | Emboscada

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—¿Tienes el informe?

—¿Eh?

—El informe —repito, extiendo la mano esperando que los papeles estén en mis manos y el Tripalosky no logra entender de qué hablo—. Haru y Fernández dijeron que ibas a darme uno.

—Ah... ese informe, no, yo... yo lo olvidé.

Desvío la mirada del camino. El alfa está nervioso, tanto que ya comenzó a jugar con sus manos y no puede sostener mi mirada.

—¿Lo olvidaste?

—Han pasado muchas cosas estos últimos días, Señor. Se lo brindaré hoy por la noche.

—¿Cuántos años tienes a mi lado, Rilan Von?

—Desde que tengo 9 recién cumplidos, Señor. Así que, para ser más precisos, tengo a su lado 14 años.

—Curioso, ¿no es así?

El alfa me observa, nervioso.

—¿Por qué, Señor?

—Durante 14 años jamás has cometido un descuido, como olvidar un informe que no recuerdo haberte ordenado hacer. ¿Ahora harás informes por tu cuenta?

Son esos ojos azules los que me indican que ha pensado en algo, pero no quiere admitirlo en voz alta, por eso, y sin pensarlo más, corta su mano y deja su sangre caer sobre la mía.

—Sólo por hoy, Señor, sé que no podría olvidar darle mi sangre y vida de ser necesario.

La sangre de Rilan termina empapando el volante, pero sigue atento, agarra disimuladamente la puerta del auto y ha identificado los lugares donde están las armas. De hacer algo, no dudo en que se tiraría del auto en movimiento o se volaría los sesos él solo.

—No me defraudes, alfa.

—Jamás podría, Señor.

Con esas palabras en mi mente, Tripalosky baja del auto con un machete que Fernández le regaló en su cumpleaños número 23 y corta de un tajo la pierna de un miserable.

—¿Ya estás llorando? Pero si apenas te corté una pierna y esta no alcanza ni para cubrir el interés mínimo.

Lo veo divertirse mientras yo sigo fumando. Estoy ansioso, nervioso y dudando de mis propios instintos.

¿Cómo podría dudar de mis alfas? De aquellos con los que fundé todo esto, no puedo. Pero si lo ignoro voy a terminar siendo apuñalado por la espalda, y voy a lamentarme bastante.

Con Calian ahora en ese estado tan delicado, donde la más mínima impresión y movimiento brusco, podría causarle un aborto, no puedo permitir darme el lujo de tener un traidor dentro de mi círculo de confianza.

Pero Haru y Von me han demostrado que no son los traidores.

—¿Qué es lo que ocultas? —pregunto cuando lo veo responder un mensaje—. Nunca te he visto tener el teléfono en mano tanto tiempo. Incluso debemos llamarte, puesto que siempre te olvidas de revisar los mensajes.

El alfa pega el brinco, al grado de que el teléfono se le cae de las manos y suelto una risa. Esto es divertido.

Pero antes de poder ver algo, el alfa quiebra la pantalla con la punta del machete.

—Aceptaré cualquier castigo, pero no puedo dejar que vea lo que hay aquí.

—¿Castigo? ¿Por qué habría de castigarte? No es como que me estés traicionando, ¿o sí?

El alfa niega al instante.

—Jamás, Señor... Yo por usted daría la vida misma.

[...]

Abismo InmoralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora