TREINTA Y SIETE| Callahad

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ALEXANDREY.

—Me voy.

—¿Te vas?

—Sí. Me voy.

Hemos vuelto al inicio.

Calian me mira como la primera noche: con desconfianza y resentimiento.

—Calian...

—Alexandrey —el Dominante zanja la distancia entre los dos y, justo cuando voy a decirle que debe mantener reposo, él extingue toda posibilidad de reclamo—. Di que estoy avisándote y me tomo la molestia de decirte mis razones para irme de aquí. Seguridad y comodidad: Tú no me puedes ofrecer nada de lo que necesitamos.

—No puedes —espeto—. No puedes irte y dejarme.

—Mírame hacerlo.

—Von, no abras esa jodida puerta.

Mi orden parece de chocolate. El alfa intercala miradas entre ambos. Duda de todo. Incluso de sí mismo. No abre la puerta, aunque tiene intención de hacerlo.

—Abre la puerta —Calian coloca su mano en la barriga del alfa y la frota como si le rascara la barriga a un perro callejero, me hierve la sangre al verlo tocar a alguien más. Doy un paso al frente y son esos ojos verdes los que me detienen, son helados, decididos, y tan distantes como ese infinito que nos abrazó una noche. Finalmente, Tripalosky abre la puerta, con ello sé que su lealtad ha virado en mi contra. Niega un poco, jodiéndome hasta la mierda cuando Haru se hace a un lado y los deja pasar—. ¿Nos vamos?

Una vez más, el que hasta ahora era mi alfa, asiente y toma del brazo a Calian.

—¿A dónde demonios vas? —esta vez sí que me acerco para impedir semejante ridiculez, pero Calian vuelve a detenerme con tan sólo alzar la mano. De pronto siento que alzó una pared invisible que me mantiene al margen—. Quizá puedas engañarme de una forma tan patética, como hacerme creer que me amas, pero no cuando se trata de feromonas, Alexandrey Donovan.

—¿Qué...? Dijiste que no...

—Te lo dejé bien claro —su mano descarga toda su fuerza en mi mejilla cuando la golpea, ese mínimo esfuerzo lo desestabiliza y el alfa lo sostiene, tan firme que me da envidia—. Que toleraba hasta la mierda más enferma que tuvieras encima, pero una infidelidad, jamás. Y esta es la segunda.

La segunda...

—Haru no...-

—¡Sea Haru o cualquier otro! —otro golpe—. ¡Si no vas a amarme y me mentirás con ello, al menos respétame de una puta vez! ¿Dije que no me molestaba? ¡Claro que no! ¿Y sabes por qué? —a Calian se le quiebra la voz, sus ojos se enrojecen, siento que algo me está estrujando el corazón, como si mis propias feromonas me intoxicaran segundo a segundo—. Porque sé que tus malditas necesidades primitivas de perro corriente y callejero malparido que está traumatizado con su puta infancia son primero que yo y la mierda que sea que sientes por mí. Por eso —Calian tiene la voz vidriosa y sus ojos están que se inundan en lágrimas—. Sé que Haru y tú tienen algo más allá de lo que yo tengo contigo, pero entiende... entiende que yo así y estuviera muriéndome jamás buscaría a nadie que no fueras tú.

—Tú también lo has hecho, más de una vez, ¿y me dices eso a mí?

Los alfas se llevan una de sus manos a la frente, se miran entre sí y después le dan una mirada de lástima a Calian, quien también luce plasmático.

—¿Besos en la mejilla equivalen a sexo y marcas de feromonas? ¡No me jodas! Te recuerdo que el ginecólogo fue muy claro al decir que nada de actividad sexual hasta que dé a luz. Por eso me largo, mátame públicamente, impide que vea a mi familia y quítame mi futuro, pero no me dejes como un pendejo al cual le puedes poner el cuerno cada que quieras. Para eso mejor márcalo, pero a mí no volverás a verme.

Abismo InmoralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora