1: Jungkook

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DIECIOCHO AÑOS.

—Seokjin—, gruño. —Vete a la mierda.

—Cinco minutos más—, dice, una risa silenciosa lo abandona cuando sigo golpeando la puerta entre nosotros. —Ve a mear en el fregadero de la cocina si estás tan desesperado.

Este maldito mocoso.

Me alejo y salgo de mi dormitorio, dirigiéndome a la habitación de al lado para entrar. Abro la puerta del baño desde su lado y él salta, casi resbalando en los azulejos blancos bajo sus pies.

—Oye, llama primero.

—Ya he llamado, idiota.

Se ríe de nuevo de mí y saco la polla para hacer mis necesidades, mis hombros se tensan cuando veo su reflejo en el espejo sobre la encimera. Está apoyado en la pared de la ducha, con la polla en la mano y el pulgar apretado contra la punta, el agua jabonosa cayendo sobre su pálido pecho y sus abdominales, su respiración superficial. Entrecierro los ojos y busco su rostro a través del vapor que lo rodea, sin poder evitar preguntarme en qué estará pensando.

«¿Se la está imaginando para pajearse? ¿Son lo único que puede hacer que se le ponga dura?»

Me da asco sólo de pensarlo.

Tan jodidamente enfermo.

Justo cuando lo pienso, sus cejas negras chocan en el centro y me mira fijamente, sus ojos grises claros destellan con algo que se parece mucho al calor. Atrapa su labio inferior entre los dientes y yo parpadeo, apenas dándome cuenta de que si yo puedo ver su cara, él puede ver la mía, lo que significa que sabe que le estoy mirando.

«Mira hacia otro lado, bicho raro».

Me aclaro la garganta y guardo la polla, dándole la espalda mientras me lavo las manos en el lavabo. Lo he visto desnudo más veces de las que puedo contar y nunca lo había pensado dos veces, pero desde su gran confesión de hace seis meses, se siente... diferente.

Estamos emparentados por matrimonio, no por sangre, pero bien podríamos estarlo. Nuestros padres se conocieron cuando teníamos tres años y hemos vivido juntos desde entonces. Fuimos criados como hermanos. Mi padre es su padre. Su madre es mi madre.

Era mi madre.

Murió cuando teníamos catorce años y se llevó nuestros corazones con ella, dejando a dos hijos rotos para que se las arreglen solos contra un padre al que le gusta golpear cosas.

La odio por haber muerto.

Y la extraño tanto que me duele.

La mujer sin rostro que me dio a luz vive en algún lugar de Nueva York con su verdadera familia, y el verdadero padre de Seokjin se largó justo después de que nuestra madre se meara en el palo, dijo que no estaba hecho para ser padre y nunca miró atrás. Sin embargo, no les guardamos rencor por ello, porque si no nos hubieran dejado, nuestros padres no se habrían conocido y yo no tendría a Seokjin. Es una mierda molesta y vive para joderme, pero lo quiero y es mío.

Mi hermano pequeño.

Mi mejor amigo.

Todo mi puto mundo.

—¿Jungkook?

Su voz rasposa me saca de mis pensamientos y cierro el agua, fingiendo indiferencia mientras me seco las manos muy limpias.

—¿Qué?

Se hace el silencio y lo miro, trabando la mandíbula al ver su estúpida mirada. Sigue recostado exactamente en el mismo sitio, todavía sujetando su polla con sus ojos en los míos, su sonrisa burlona y presumida.

Llevo demasiado tiempo aquí y el cabrón lo sabe.

Me entran ganas de estrangularlo, pero me resisto a la tentación y le azote el muslo con una toalla de mano, disfrutando del chillido que suelta mientras vuelvo a mi habitación. Cierro la puerta tras de mí y me acerco a mi novia de siempre, apretándome la polla a través de los calzoncillos mientras recorro con la mirada su cuerpo desnudo. Ahora mismo terminamos, de nuevo, pero eso no impidió que anoche se presentara en mi puerta a las dos de la madrugada, borracha y necesitada y desesperada por un cuerpo caliente entre sus piernas.

Le arrebato el tobillo y ella aspira un suspiro, sus muslos se cierran por instinto cuando reconoce la mirada de mis ojos.

—Yo... pensé que no estabas de humor.

Sonrío ante eso, tirando de ella hasta el borde del colchón para empujarla a arrodillarse.

Me tiene miedo, como todo el mundo. Todos menos él.

Me saco la polla y ella se traga el miedo, con las manos apoyadas en mis caderas mientras me mira a través de las pestañas.

—¿Por qué no me hablas?

«Porque no te soporto»

—Abre.

Hace lo que le digo y le paso el pulgar por el borde de la mandíbula, deseando secretamente que no estuviera tan... bronceada. No puede ser natural, teniendo en cuenta que es invierno en Maine y está bajo cero, pero sé que no la cogerían muerta con la piel pálida. Es una zorra superficial con un armario lleno de zapatos, un cuerpo de infarto y una actitud que grita soy perfecta y lo sé. Pelo rubio cortado hasta el culo, ojos verdes enmarcados por gruesas pestañas artificiales, labios rojos brillantes, uñas en forma de ataúd...

Todo lo contrario a todo lo que quiero.

Me sacudo de encima y me conformo con lo que tengo, tirando de sus dientes inferiores hacia abajo con mi pulgar para deslizar mi polla dentro y hasta su garganta. Ella se atraganta y yo inclino la cabeza hacia atrás sobre mis hombros, follando su cara con la boca entreabierta, los ojos cerrados, mis pensamientos derivando a algún lugar donde desearía que no lo hicieran.

Tan jodidamente enfermo.

Dangerous loveWhere stories live. Discover now