3: Jungkook

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—Este juego es demasiado fácil—, murmura Seokjin, apoyado en mi cabecera con las rodillas bien abiertas y la capucha gris puesta sobre la cabeza.

Se ha vuelto a poner el chándal en cuanto hemos llegado a casa y desde entonces ha estado callado, igual que todos los domingos gracias al padre Paul y su mierda de sermón sobre lo sucio que es que los chicos se besen con chicos. En realidad, no creemos ni nada de eso, pero sé que apesta sentir que será odiado por todos los que conoce por algo que no puede cambiar ni controlar.

No será odiado, porque me prometió que nunca se lo diría a nadie más, pero aun así...

Al darme cuenta de que probablemente tenga frío, me acerco a él y le cojo la manta del fondo de mi cama, extendiéndola sobre la mitad inferior de su cuerpo. No es que no podamos permitirnos la calefacción, pero nuestro padre se enfadará si la dejamos encendida toda la noche mientras él está trabajando.

—No es fácil, Seokjin, eres un puto mocoso—, señalo, cogiendo un trozo de pizza de la caja que hay entre nosotros.

Él resopla ante eso, sacudiendo la cabeza hacia mí con una pequeña sonrisa.

—Vete a la mierda—. Me río para mis adentros y sigo jugando con mi mano libre, mirándole de reojo cuando se inclina sobre mí para coger el porro medio fumado de la mesita de noche.

Está prácticamente tumbado sobre mí, con su pecho apoyado en mis abdominales a través de la ropa, su suave pelo a escasos centímetros de mi cara. Me pongo tenso, pero él finge no darse cuenta, quedándose así mientras coge mi mechero para quemar la punta. En cuanto termina, vuelve a situarse donde estaba antes y da un par de largas caladas, pero entonces el cabrón se inclina de nuevo sobre mí para coger el cenicero que olvidó la primera vez. Le arrebato el cuello de la sudadera con capucha y lo empujo de nuevo contra la cabecera de la cama y le pongo todo lo que pueda necesitar en el regazo para facilitar el acceso. Junta los labios y me mira, sosteniendo valientemente mis ojos mientras sopla una nube de humo hacia mi cara.

—Gracias—, dice, el mocoso exasperante.

Hago un ruido y él se ríe de mí, poniendo los ojos en blanco cuando le robo el porro de la mano e inclino la barbilla hacia la caja de pizza.

—Come un poco más.

—No quiero más.

—No me importa si la quieres o no.

Pone un poco de mala cara y yo le hago un gesto con el dedo para que se acerque. Hace lo que le digo y le acerco un trozo a la boca, disfrutando de la forma en que se abre para mí sin discusión. Le da un mordisco y lo observo atentamente, sin poder apartar los ojos de sus labios carnosos mientras lo mastica.

—Buen chico—, susurro, sin perderme la forma en que su aliento se agita al exhalar.

Sé que no debería jugar así con él, que no debería jugar con él y punto, pero ya apenas toca la comida y eso me cabrea.

Al menos así sé que está comiendo, aunque tenga que usar su propio cuerpo contra él para que lo haga.

En cuanto termina, retrocedo y busco una servilleta, congelándome cuando me coge la muñeca para detenerme. Levanto una ceja y él me golpea con una pequeña sonrisa, tirando lentamente de mi mano hacia su boca, mis dedos rozando la piel justo debajo de sus labios.

—Seokjin...—, le advierto, pero no me atrevo a decirle que no.

El corazón se me acelera y la polla se me pone dura, y me muero de ganas de saber qué hará a continuación.

Sin dejar de sonreír como el maldito demonio en el cuerpo de mi hermanito, se apoya en un codo hasta quedar completamente frente a mí, y entonces saca la lengua y lame la salsa de mi pulgar, dándole vueltas para asegurarse de que se la lleva toda. Gimo antes de poder parar y él lo toma como una invitación, bajando la cabeza para llevarse mis dedos centrales a la boca.

Joder.

—Seokjin—, ronco, apenas reconociendo el sonido de mi propia voz. —¿Qué coño estás haciendo?

No contesta, porque está demasiado ocupado haciendo una garganta profunda con mi puta mano, pero juro que casi puedo oír la idea que se le pasa por la cabeza.

«Demostrarte que puedo hacerlo mejor que ella».

Sus dientes me rozan los nudillos y estoy a punto de hacer algo que no debería, como inmovilizarlo y estrangularlo hasta que le den arcadas, pero entonces oigo la puerta de un coche cerrarse de golpe y me desvelo. Me quito los dedos de la boca y me pongo en pie de un salto, ajustándome discretamente la polla en los vaqueros mientras me acerco a la ventana. Me asomo a través de las persianas y miro hacia fuera, aliviado cuando me doy cuenta de que no es nuestro padre el que llega a casa antes de tiempo, sino uno de los vecinos de enfrente.

—¿Es él?

—No—, respondo, usando la parte delantera de mis vaqueros para limpiar su saliva de mis dedos.

Jesús.

Sacudo la cabeza para despejarla y vuelvo a acercarme a él, los dos pensando lo mismo, pero sin decirlo en voz alta, sin darle voz.

Tentamos la suerte en la oscuridad, cuando no hay nadie cerca para presenciar lo jodidos que estamos bajo la superficie.

Me mira y se desprende de su sudadera con capucha, con una sonrisa perezosa y los ojos un poco inyectados en sangre por la hierba.

—¿Estás cansado?

Asiente con la cabeza y se quita el resto de la ropa, con su cuerpo pálido a la vista sin la tela negra de los bóxers, la pierna izquierda enganchada sobre la manta mientras se hace un ovillo en medio de mi cama.

Debería decirle que se vaya, hacerle volver a su habitación antes de que se desmaye aquí, pero no lo hago. Me gusta más cuando está cerca de mí, y por eso me desnudo hasta la ropa interior y me tumbo a su lado, pasándole con cuidado los dedos por el pelo mientras lo veo dormirse.

Dangerous loveWhere stories live. Discover now