2: Seokjin

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Puedo oír sus náuseas.

El sonido me pone de los putos nervios, mis dientes traseros rechinan mientras escucho cómo abusa de su garganta como si fuera su juguete personal.

Ella no es nada suyo y él lo sabe.

Como ya no tengo ganas de pajearme, me suelto la polla y salgo de la ducha, cogiendo la toalla de la encimera para ponérmela en la cintura. El sonido continúa mientras me cepillo los dientes y me seco la cara, más fuerte ahora gracias a la falta de agua que corre aquí. Pasan unos minutos más antes de que sus patéticos gritos resuenen en la pared que nos separa, haciéndome sonreír.

Tal vez esta vez sí la ahogue hasta la muerte.

Ojalá.

Cuando termino de secarme, me pongo unos vaqueros negros rotos y una sudadera gris con capucha, bajándome las mangas hasta los nudillos para cubrir las débiles cicatrices de mis brazos. No me importa que Jungkook las vea todo el tiempo, pero siempre las escondo de los demás, por miedo a que se rían de mí por las cosas que me gusta hacerme a puerta cerrada.

Jungkook nunca se reiría de mí.

No por eso.

Me obligo a sonreír ante mi propio reflejo, guardo mi teléfono en el bolsillo y salgo al pasillo, chocando accidentalmente con Lalisa Manoban de camino a la habitación de Jungkook. Tiene las mejillas manchadas de rímel negro, el pintalabios de anoche manchado por toda la boca, el pelo rubio enmarañado...

La odio.

Hace un gesto de desprecio, como si me hubiera oído, y yo me aparto del camino, metiendo las manos en los bolsillos mientras la veo desaparecer al doblar la esquina. Puede que se encuentre o no con nuestro padre al salir de aquí, pero sé que no le pondrá la mano encima, no se atreverá a poner en peligro su imagen de miembro honrado de la comunidad por probar a la chica de moda del instituto Bayford.

La música emo de mi hermano me llena los oídos y me dirijo a su dormitorio, apoyando el hombro en el marco de la puerta mientras espero a que se fije en mí. Está sentado en el borde de su cama con los ojos puestos en su teléfono, con los codos apoyados en un par de muslos musculosos que hacen que los míos parezcan patas de pollo. No soy tan delgado, pero tampoco soy Jeon Jungkook. Él es una cabeza más alto que yo, más grande, más duro y más malo.

Como ahora, por ejemplo, sabe que estoy aquí de pie como un cachorro leal que espera que su amo le diga ven, pero no me presta atención porque es un gilipollas.

Es una de las cosas que más me gustan de él.

Su pelo castaño oscuro cuelga sobre sus penetrantes ojos azules y se pasa los dedos por él, mientras el otro pulgar sigue desplazándose por la pantalla que tiene en la mano. Perdiendo la paciencia, me aclaro la garganta y él esconde una sonrisita arrogante, levantando por fin la cabeza para mirarme por debajo de las pestañas.

—¿Qué?

—Acabo de ver a Lisa—, le informo. —La has hecho llorar—. Se ríe, pero no es una risa agradable.

—¿Y?

—¿Acaso la sacaste después?

—No—, responde, tirando el teléfono sobre la cama. —Huyó de mí antes de que pudiera ofrecerse.

Resoplo y me empujo desde el marco de la puerta, sin perder de vista la forma en que su cuerpo se tensa con cada paso que doy hacia él. Sonrío para mis adentros y cojo el teléfono, fingiendo inocencia mientras recorro su lista de reproducción. Elijo Mind Games, de Sickick, y me dejo caer en la cama a su lado, apoyándome en su cabecera con el brazo cruzado detrás de la cabeza. Me da un lento y deliberado repaso y luego mira hacia otro lado, levantándose para coger algo de ropa del armario que hay en la esquina. Sólo lleva puestos sus calzoncillos, sin avergonzarse de las pequeñas cicatrices y moratones que cubren su bronceada espalda, algunas nuevas y otras no tanto, algunas de nuestro padre y otras no.

Dangerous loveWhere stories live. Discover now