Epílogo: Jungkook

787 94 15
                                    

VEINTITRÉS AÑOS.

—Esto es una mierda—, murmura Seokjin, corriendo su mocosa boca hasta la calle.

—¿Qué te pasa?

—Te estoy llevando de la mano, Jungkook—, me informa, medio lanzando su taza hacia la concurrida cafetería de la que acabamos de salir. —Llevo tu maldita camiseta y esa zorra te estaba echando el ojo delante de mí.

—¿Qué zorra?

Sus ojos se entrecierran y yo retuerzo los labios, cogiéndole la muñeca cuando se mueve como si estuviera a punto de alejarse de mí.

—Oye...

—¿Todavía te gustan las chicas?—, suelta, sus mejillas se calientan mientras lo hago retroceder contra la pared del bar al que nos mudamos hace tres meses.

—Me gustas tú.

—No es eso lo que he preguntado.

Sonrío un poco y arrastro la enorme camiseta hasta su cintura, aún sosteniendo mi café mientras paso mis dedos por su ombligo.

—No, cariño, no me gustan las chicas—, admito, inclinándome sobre él para atrapar su labio inferior entre mis dientes. —Me gusta tu boca. Tu cuerpo. Tu agujerito apretado...— Me burlo, moviendo mi mano alrededor de su culo para tirar de sus caderas hacia las mías. —¿Me lo vas a dar?

Asiente con la cabeza y lo beso, disfrutando de la forma en que sigue temblando por mí a pesar del calor que hace aquí. El sol empieza a ponerse y las calles están repletas de gente, el ruido blanco de sus voces me llena los oídos cuando pasan por la acera detrás de mí.

Probablemente estén mirando la forma en la que estamos follando en seco contra esta pared de ladrillos, pero no dejo de tocarlo, pasándole mi taza para liberar mi otra mano, cogiendo su cara para pasar mis pulgares por el maquillaje negro bajo sus ojos.

Baekhyun tenía razón sobre él.

Han pasado cinco años y, aunque no es más grande que en el instituto, está mucho más bueno.

Es exasperante.

Justo cuando lo pienso, su atención se desvía hacia algo por encima de mi hombro y sigo su línea de visión, cerrando la mandíbula cuando pillo al joven rubio mirándonos a mí y a mi hermano. Me ve mirando y rápidamente aparta la vista, sus hombros se amontonan hasta las orejas mientras finge buscar algo en el asiento del copiloto.

—Jungkook...— dice Seokjin, y yo sacudo la cabeza, sabiendo ya lo que está pensando sin tener que preguntar.

—Ya le he dicho que no.

—Amigo, es un indigente.

—A mí no me parece un indigente—, argumento, sin pasar por alto su corte de pelo de niño bonito ni su ropa de diseño ni el Audi de cincuenta mil dólares en el que está sentado.

—Lleva tres días durmiendo en ese coche, Jungkook—, me replica Seokjin, tirando de mí por el cuello para sacar su labio inferior de puchero. —Por favor, sólo habla con él.

Dejo escapar un sonido entre un suspiro y un gruñido, mirándolo durante un minuto sólido antes de moverme para hacer lo que me ha pedido.

—Tú y tus malditos perros callejeros.

Sonríe al mencionar su feo gato y golpeo el techo del Audi. El chico salta tan fuerte que casi se golpea la cabeza con el retrovisor, abriendo y cerrando la boca un par de veces mientras baja la ventanilla.

—Yo...

—Entra—, le digo, inclinando la cabeza hacia el bar antes de guiar a Seokjin por las puertas principales.

Dangerous loveWhere stories live. Discover now