Injusticia

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Sus padres entraron a la habitación en compañía del doctor y la enfermera que vino a tomarle los vitales. Había un silencio bastante incómodo, hasta que el doctor comenzó a hacerle preguntas referente a cómo se sentía. 

—¿Por qué están todos reunidos aquí con esas caras como si esto fuera un velorio?

Era difícil para todos poder disimular nuestra preocupación y evidente tristeza, aunque si estaba soportando el no romper el llanto, fue por ella misma, porque no quería preocuparla más o hacerle sentir peor cuando le den la noticia. 

—El doctor tiene algo que decirte. Por favor, escúchalo—le dijo su mamá. 

Cada palabra que recitó el doctor, fue borrando su expresión de preocupación por una de confusión. 

—¿Qué está diciendo, doctor? —me miró a mí, como si hubiera estado esperando a que dijera algo, pero para ser sincero, el nudo que sigue formado en mi garganta, no permitió que articulara palabra alguna—. ¿Qué tipo de broma de mal gusto es esta? —sonrió nerviosa, negando con la cabeza—. Aún soy joven, he estado preparándome toda mi vida para esto, me he cuidado lo suficiente, tengo mis visitas al día con mi ginecólogo. Debe haber una gran equivocación aquí. Díselo, Saúl— intentó sentarse, pero su intento fallido solo la lastimó y se presionó el abdomen. 

—Anahí, debes quedarte quieta, no puedes hacer movimientos bruscos—traté de abrazarla para de algún modo consolarla, hacerle sentir que no estaba sola en esto, pero toda su atención estaba en levantarse la bata y descubrir lo que se ocultaba debajo de ella y lo que previamente le había dolido. 

—¿Qué es esto? —trató de arrancarse las gasas que cubrían las incisiones que le habían realizado en el abdomen, por lo que me vi en la obligación de sujetar sus manos para evitarlo. 

—No puede retirarlas todavía. Pueden infectarse—le dijo la enfermera. 

Estaba conmocionada por la impresión y no era para menos, porque pudo constatar y descubrir por ella misma que no se trataba de ninguna broma de mal gusto. 

Me destruyó por completo su silencio, su mirada extraviada y expresión afligida. Sobre todo, el brillo que adquirieron sus ojos, pero no precisamente del que me enamora cada vez que lo veo, sino de uno del que me consume por dentro, me quema y me agobia. 

La abracé con sumo cuidado, pero no despertaba de ese trance. Su cuerpo temblaba como si tuviera frío, pero sé que ese no era el caso. 

—Mi niña, todo va a estar bien. Te vas a recuperar y pronto estarás de regreso a casa—la Sra. Carmen tenía el rostro lleno de lágrimas. 

Sentí el frío de sus lágrimas humedecer mi antebrazo y tuve la necesidad de depositar varios besos en su frente. Por más que intenté soportarlo, simplemente no pude. La presión en mi pecho y corazón era mucha. Duele no poder evitarle este dolor. Solo Dios sabe la impotencia que siento en estos momentos. 

—¿Qué hice mal en esta vida o en mis pasadas, para merecer esto? 

Su pregunta me sacó de mis pensamientos e incluso para sus padres fue chocante.

—Anahí, no digas eso. 

—La vida es tan injusta. Tanto que esperé ilusionada por recibir esa maravillosa noticia, pensando que cuando llegara el momento, me esforzaría en ser una mejor versión de mí para ese angelito que vendría a traer luz, alegría y felicidad a mi vida con su presencia. Sostuve con afán mi sueño, mi deseo y anhelo más puro de un bendito día ser llamada mamá. Y ahora resulta que la vida me castiga de esta manera. ¿Acaso he pedido más de lo que merezco? 

Mi Dulce Anhelo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora