Postre

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Anahí

Con estos últimos acontecimientos, es inevitable. En mis labios últimamente hay una imborrable sonrisa plasmada en ellos.

No puedo parar de pensar en esto que hacemos y en el tipo de relación adictiva que tenemos.

Nos estamos viendo todas las semanas sin falta. Siempre saca de su tiempo para que nos veamos, incluso si está repleto de trabajo.

He estado haciéndome varias pruebas, pero las últimas tres han salido negativas. No es algo que haya afectado nada de lo que hacemos.

Obviamente no solo nos vemos para eso, también tenemos nuestras salidas con amigos y a solas. Siempre habíamos sido como uña y mugre, pero cuando comencé a salir con Victor, nuestras salidas no eran tan frecuentes. Ahora que los dos no tenemos ningún compromiso, podemos hacer lo que nos plazca, sin rendirle cuentas a nadie. 

Su mamá me invitó a que fuera con ellos a la hacienda el viernes para pasar el fin de semana. El cumpleaños número treinta de Saúl está a la vuelta de la esquina, es este domingo, por lo que hice ciertos ajustes en mi agenda para que podamos pasar juntos ese fin de semana allá.

[•••]

Hace tiempo no visitaba la hacienda en el campo. A diferencia de Saúl, sus padres tienden a visitarla dos veces al año. Adoro el campo. Las vistas hermosas que ofrece, las áreas verdes, los caballos que solíamos montar Saúl y yo cuando éramos niños, las veces que nos escapabamos para el río o nos trepabamos a los árboles de mango para comernos unos cuantos. Me trae muchos buenos recuerdos este lugar.

La mesa familiar estaba preparada y la comida servida para nuestra llegada. Un arroz con gandules, ensalada de coditos y de papa, pernil asado con su crujiente cuero, con un pastel de carne por el lado y guineos en escabeche nos esperaba. Esos olores inundaron mis fosas nasales e hicieron que mis tripas se emocionaran.

—Adoro tu comida, titi—aunque no somos familia, siempre le he llamado así de cariño.

—En la nevera te está esperando un flan de queso que hice ayer que quedó en la madre.

—¿Lo ves? Mi madre siempre tan alcahueta contigo— bufó Saúl.

—¿Por qué no viniste con tu marido? — la pregunta de mi tío fue como un balde de agua fría por encima.

Miré de reojo a Saúl y frunció el entrecejo, bajando la mirada a su plato.

—Él y yo terminamos hace un tiempo.

—¿Cómo va a ser? — preguntaron al unísono.

—Sí. No estábamos en el mismo canal.

—¿Lo dices por tu sueño de convertirte en mamá?

Ella lo sabía perfectamente y lo entendía también.

—Sí, Gloria. Él no estaba buscando lo mismo que yo, así que decidimos cortar con la relación para que cada quien eligiera el camino que mejor nos convenga.

—Hablando de “relación”. ¿Por qué no le presentas una amiga a mi hijo a ver si por fin me trae una nuera a la casa? — cuestionó mi tía.

—¿Una amiga? —su pregunta me causó cierto disgusto—. No. Él no necesita eso.

«¿No estoy siendo demasiado egoísta?».

Digo, él merece encontrar a alguien especial en su vida. No puedo pretender que me atienda solo a mí. Si un día encuentra a alguien, probablemente las cosas entre los dos se acaben.

«No, yo no quiero eso».

Nuestras manos se encontraron bajo la mesa, la habíamos movido al mismo tiempo, él a mi regazo y yo al suyo. Los dos nos miramos sorprendidos, pero fue él quien se precipitó a adentrarse en mi entrepierna.

Aunque me tomó por sorpresa, le di luz verde a que continuara al separar un poco las piernas. A pesar de que disimulaba, como si estuviera prestándole atención a la conversación, noté cuando se mordió el labio inferior levemente al tener contacto directo con la humedad en mi ropa interior. 

Esta situación me puso muy caliente de repente. La adrenalina de saber que podían vernos lo hacía más fascinante y divertido.

—Pues si sigue como va este mojoncito terminará solo. Terminará viviendo como las doñitas jamonas, rodeado de gatos. A su edad ya tenía marido y tres hijos.

—No, él jamás estará solo, tía— cruzamos miradas y sonreí.

Mi mano agarró disimuladamente su erección y el muy pervertido la liberó de su pantalón. Si la mesa no hubiera sido alta y la silla baja, ya nos habrían descubierto. Está loco, pero más loca estoy yo por calentarme con esto.

La conversación en la mesa era bastante agradable, pero más interesante era observar de reojo cada una de sus reacciones.

Hace varios minutos mi tío se levantó de la mesa con destino al baño. Todos en la mesa sabíamos que ya es su rutina el comer y soltar, por lo que a ninguno nos asombra. Mi tía fue quien se levantó a la cocina con intenciones de buscar el flan y traerlo ya servido, aprovechando esa oportunidad, hice caer mi tenedor a propósito y me fui por debajo de la mesa, poniendo mis manos en sus rodillas y acariciando su sexo en mi mejilla.

—Anahí, ¿qué haces?

—Siempre eres tú quien me hace sentir bien, este es mi turno de recompensarte por todo.

Sabía que esto era un riesgo para los dos, pero que merecía la pena tomar, siempre y cuando consiguiera apreciar su perversa y tierna expresión.

Mis manos se movieron solas y me toqué por sentirme tan excitada viéndolo a él y a la misma vez teniéndolo cautivo en mi boca.

«¡Dios, deseo tanto sentirlo aquí!».

Busqué cubrir todas las bases, cuando de repente, sus manos se aferraron a mi cabello y me sometió de lleno a el con rudeza.

—Esto es lo que quieres, ¿no? Entonces yo te lo daré. Voy a perforar esa pequeña y perfecta garganta—la sonrisa que reflejaba en sus labios en este momento, no era la misma que me ha dado otras veces, se veía totalmente distinta y retorcida.

El choque constante hasta el fondo trajo consigo una corriente eléctrica en mis adentros y una oleada de sensaciones extremas en todo mi ser.

«¿Por qué me excita tanto que sea rudo?».

Jamás pensé decir esto, pero el simple hecho de ser sometida de esta manera se siente bien.

—Esas palabras tan lindas que dijiste en la mesa merecen ser premiadas.

Oí las sandalias de mi tía que se aproximaban, algo que debía ser suficiente para alertarnos y hacer que nos detuvieramos, pero no hizo falta que detuviera el acto, pues la precisión, rapidez y brusquedad en que me sometió en ese fulminante momento, trajo consigo un sabor dulce en mi paladar que bajó ligeramente por mi garganta. No sé cómo pudo contener su gemido y normalizar su respiración tan rápido luego de haber estallado. 

Aclaré mi garganta, retomando mi lugar en la silla y tratando de disimular poniendo el tenedor dentro del plato vacío. Saúl empujó con el dorso de su mano el vaso de refresco para que tomara de el y sonreí levemente al notar lo considerado que puede llegar a ser.

—Aquí he traído tu flan de queso. Espero que lo disfrutes.

—Gracias, titi.

«Me temo que me he tomado la leche antes del flan».

Mi Dulce Anhelo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora