Domar a la bestia

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No tengo recolección de cuándo me quedé dormida, pero hace tiempo no dormía tan bien y de cucharita. Desperté por la claridad que había en la habitación. Él seguía dormido, lucía tan sereno que no quise hacer mucho ruido para que fuera a levantarlo sin querer.

Vi sobre la mesa de noche una bandeja con dos platos con el desayuno y dos vasos de jugo de naranja. Se notaba que había sido reciente, porque el hielo no se había derretido en su totalidad. Junto a ello, había una nota de mi tía, supe que era de ella, pues reconocí su letra.

“Se veían tan lindos y cómodos mis queridos tortolitos que no quisimos molestarlos.

Nos hemos adelantado al río. Los esperamos allá.

P.D. No se olviden de desayunar”.

Mi rostro quería estallar de la vergüenza.

«¡Ellos nos vieron!».

—¿Qué tienes? —oí la voz de Saúl y me enderecé.

—Es tu mamá. Nos vio mientras dormíamos.

—¿Y eso qué tiene de malo? ¿No solíamos hacerlo a menudo cuando éramos niños?

—Claro, por supuesto, pero no así, ¿o sí? — dejé caer la sábana y examinó mi cuerpo de arriba abajo.

—¡Maldita sea, qué rica te ves desnuda!

—Deja de hacer esa cara tan pervetida. No hagas esto tan difícil. No deberíamos hacerlos esperar mucho.

—Tú comenzaste— sonrió.

Esa miradita que me está dedicando es peligrosa. Tal vez no lo note, pero es mi mayor debilidad.

Luego de desayunar, nos aseamos y nos alistamos para ir al establo de mi tío.

Me encanta como se ve con esa camisa de vestir azul marino, pues el pecho lo tiene casi todo descubierto. Además, los pantalones negros hacen que se le marque bastante ese poder que tiene. Las botas negras le sienta bien.

Estaba babeando en silencio, ligándolo de todos los ángulos y mordiéndome instintivamente los labios.

«¡Dios mío, es el pecado hecho hombre!».

—Hace tiempo que no monto un caballo, pero todo lo que se aprende, difícilmente se olvida—comenté, mientras enredaba un mechón de cabello en mi dedo índice—. Además, con la práctica constante contigo sirve para que mi memoria se mantenga fresca.

—Desconocía que te gustaba tanto montarme—soltó la silla de montar sobre la puerta del corral—. Vaya dato interesante, pero no me conformo con solo datos, quiero acciones, hechos.

«Vaya, se lo tomó muy en serio».

—Hablaremos de eso cuando regresemos— le hice un guiño.

—No, lo hablaremos aquí y ahora —me subió a su hombro, adentrándome con él al fondo del establo.

Y ahí estaba yo, colgando en su espalda, con todo el cabello en el rostro, pataleando como un bebé y haciendo puchero.

—Me temo que mis padres tendrán que esperar un poco, porque este jinete tiene una gran responsabilidad ahora— me dio una nalgada que, por obvias razones, ni siquiera esperaba, pero me gustó más de lo que pudiera describirlo.

«Vaya mierda, que la fuerza de voluntad se ha ido no sé a dónde». Espera, ¿dije fuerza de voluntad? ¿Y en qué momento la he tenido con este hombre, si me hace perder fácilmente la lucha con mi yo interno?

Me dejó caer sobre las pacas de paja y lo miré fijamente. Definitivamente no estaba dispuesto a permitir que huyera, aunque secretamente, tampoco quería hacerlo.

No sé en qué momento tomó la fusta, pero la tenía en su mano izquierda.

—Como que los papeles se invirtieron. Un caballo debe ser obediente y dócil— sonreí.

—Es tu deber domar esta bestia— se lo agarró con una sola mano, mordiéndose el labio inferior, un gesto que lo consideré demasiado sensual—. Pero si te queda grande este trabajo— frotó lentamente la fusta en la montaña de su pantalón y se azotó él mismo, calentando todo mi rostro y lo que no era rostro—, no me culpes por ser rebelde y despiadado.

Mi Dulce Anhelo [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora