Epílogo

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Durante mi infancia jamás llegué a creer que conocería a alguien que me amara, incluso pensar en el amor me daban nauseas al ver los múltiples hombres que abandonaban a mi madre después de unos cuantos días y lo malo que había salido su matrimonio con mi padre, sin embargo a pesar de los largos caminos rocosos por los que camine en busca de un amor que llenará el vacío que dejaban muchas personas en mi vida que solo pasaban como la brisa húmeda de un verano en la playa, ninguno se comparó con el que verdaderamente lleno todas esas grietas con oro de un alma rota como lo llegó a hacer mi bella esposa tras mucho tiempo en busca de una sanación que no había logrado encontrar.

Las dos nos supimos complementar en medio de la sanación de nuestros pasados y es por esa razón que después de tantos años juntas seguimos tan enamoradas como el primer día en que pisamos la salida de aquella alfombra blanca lejos de un altar.

Somos como dos par de caballitos de mar que ya no pueden vivir la una sin la otra.

Niños, dejen de correr desnudos por la casa. -el grito de nuestra hija mayor nos hizo reír.

Son igual de exhibicionistas que tú. -se burló mi novia dejando besos en mi cuello.

Si me atrapas me puedes poner lo que quieras. -grito el pequeño Luka con burla.

Habla la mujer a la que el hombre de servicio al cuarto le vio los pechos en nuestra segunda luna de miel. -me burlé cuando su rostro quedó frente al mío.

No te escuchaba quejarte cuando ese error nos di una gratificante tarde en el spa del lugar sin ningún costo y una cena en el restaurante del hotel. -murmuró juntando nuestros labios.

Mamás, si no controlan a sus bestias les juro que les pondré unos cocos, una cola de sirena y los colgaré de la proa del yate. -escuche el grito de Zaria desde fuera de la habitación.

Princesa, debemos de ir si no queremos que cumpla con su palabra y en vez de tener dos lindos hijos con sus trajes de verano, tengamos dos sirenitos como la ardilla de la era del hielo colgados de la proa en la fiesta. -rei alejándome de los labios de mi esposa.

Ella se puede hacer cargo un rato más, ella nos dijo que lo haría mientras nos arreglábamos para la fiesta. -susurro desatando el listón de mi pantalón de pijama.

¡Niños!. -el grito furioso de nuestra hija seguido de un golpe nos hizo separar.

Enid, Enid, estás en casa al fin. -escuchamos el grito de nuestros tres pequeños animados.

Hola pequeños roedores, que les parece si les ayudo a cambiarse mientras dejamos que Zaria se haga cargo de la pequeña Sofi. -pregunto nuestra tercera hija con tranquilidad.

Si, si, si, vamos. -chillo de la pequeña Melina emocionada por eso.

Gracias pequeña, eres un ángel. -La voz agitada de nuestra primera hija nos hizo sonreír.

No te preocupes, cuida tu de nuestra sobrina. -se escucharon los pasos alejarse.

Olvídenlo madres, continúen con lo que hacían solo que esta vez procuren tardar menos que la última vez. -la voz burlona de Zaria fue lo último que escuchamos fuera.

Te dije que ella lo podría hacer sola, solo necesitaba un poco de apoyo de la tranquilidad para la guerra con sus hermanos cada que viene. -sonrió mi esposa volviendo a besarme.

Está bien, pero que sea rápido. -le di la vuelta sobre la cama escuchándola reír.

Riendo junto a ella antes de quedarme admirando su belleza a pesar de la edad.

Con veinte años de casadas, algunos de noviazgo intermitente entre las dos, seis hermosos hijos y una gran familia más tarde, yo la seguía viendo como la mujer más hermosa que alguna vez mis ojos llegaron a ver en cuanto nuestras miradas se cruzaron.

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