Capítulo XXII

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—Ahí tienes el trípode para apoyarlo— indicó indiferente para seguir camino hasta su asiento, dedicándole una seria, molesta y cansada mirada a la joven.

La misma, tras dejar el cuadro en donde le dijo, soltó un suspiro al estar dándole la espalda. Los nervios aumentaron en ______ al ingresar a ese cuarto. Esperaba que aquello realmente fuera lo que deseaba su padre.

—Trata de vendérmelo.

Volteó a verlo sobre su hombro, para regresar a sus manos y tomar posición a un lado del lienzo todavía cubierto.

Esa parte era la que más se le dificultaba. Tragó saliva para intentar tomar el mejor papel de vendedora que pudiese en esos momentos. Igual, no sabía por dónde o cómo comenzar.

—Este trabajo tomó días... Un claro bloqueo hubo de por medio...— hablaba a medida de que algo se le ocurría.

Después de todo, ese era el guión que utilizaría el hombre al momento de vender el cuadro.

—Pero aquí estoy, dando lo mejor de mí— miró la tela, pensativa —. Fueron horas de estar sentada frente a una cueva extraña y que causaba demasiada curiosidad... Al ingresar ahí, los minutos realmente se convertían en horas en el exterior— dijo asombrada de ese hecho que vivió dos veces en carne propia.

Al dirigir la vista al mayor, notó que una ceja de él se arqueaba sin creer ninguna de sus palabras si se refería a la forma literal, aunque así fuera. Ella asintió como si respondiera a su pregunta no formulada respecto a si eso era cierto.

—Me sentía muerta en vida por ese bloqueo, pero esa cueva y una compañía especial, le dieron brillo a mis ideas y recobré el aliento... Gracias a ello, he traído este cuadro ante sus ojos.

Tomó la tela con una mano, teniendo cuidado al descubrir la pintura. Notó como los ojos del hombre se abrían de a par y se inclinaba hacia delante. De ahí regresó a su obra.

Cada que la veía, recordaba todas las tardes junto a Hades en las que se fueron conociendo. Incluso aquella en la que se besaron y la noción del tiempo la perdieron.

Se sentía orgullosa de sí misma por aquel cuadro. Era la primera vez que hacía uno tan significativo como ese y que seguro muchos se sentirían identificados o les agradaría la reflexión que llevaba consigo.

Al regresar a ver a su padre, se percató del espanto que había en su mirar, cosa que la desoriento y sobresaltó.

—¿Y la supuesta vida de la que hablabas?— fue lo primero que escuchó de él, tratando de digerir todo aquello.

—Es... el anciano...— volteó al cuadro para señalar la figura con un dedo.

—¡Pero eso ya no tiene nada de vida! ¿Los colores, las luces, las sombras? ¡Tampoco! ¿Quieres que se lo venda a alguien y le diga sonriente que le estoy regalando la muerte?— exclamaba para cerrar sus ojos y tomarse del puente de la nariz.

—No tiene... ese significado...— tragó saliva para intentar recomponerse del susto que le pegó por su tono de voz.

—¡Pues yo no le veo otro!— hizo un gesto con su mano libre como si estuviese tirando algo.

Permaneció en silencio, sintiendo un nudo en su garganta y como sus ojos se humedecían. No sabía a qué emoción del momento se debía eso, o quizás la mezcla de todas ellas.

Deseaba explicarle el significado. Sentía que muchas cosas le faltaban decir, y así era.

—Ya vete.

Sin esperar a que le fuera repetida esa corta frase, salió de allí a paso apresurado, dejando todo lo que llevó. Y se apresuró más para ir a algún lugar a lavarse la cara y tranquilizarse. Anhelaba irse, pero varias cosas la estaban atando al lugar.

PINTURAS |Hades y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora