Capítulo XXIV

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Varios días y varias noches habían transcurrido desde su último encuentro y, antes de que se cumpliera el tiempo que ella le indicó, comenzó a ir a su lugar de encuentro con una semana de anticipación.

Las tardes se le hacían eternas estando sentado bajo el sol, a veces con un clima extraño. Aquello ni siquiera lo notaría si la muchacha estuviese presente. La extrañaba mucho.

Y finalmente había llegado el día número treinta que la fémina le había prometido.

Llegó en las primeras horas, y con un libro en mano. Ya era costumbre, porque no solía prestarle atención a lo que estuviese leyendo.

¿Qué se suponía que debía de decirle apenas la viera? ¿Estaría bien que la besara y abrazara en el reencuentro? ¿Desmantelarle la verdad estaría bien o sería muy apresurado? ¿Hermes estaría por ahí dando vueltas de nuevo?

Cambió de página, queriendo centrarse en las palabras para lograr distraer su mente de aquellos pensamientos. Debía de ser medio día, así que debía estar próxima a llegar. Respiró profundo para reacomodarse y tragar saliva. No podía creer que estaba nervioso por volverla a ver, y eso que no había sido mucho tiempo en comparación a lo que llevaba de vida. Pero ahora sentía hasta un mínimo segundo como una eternidad.

Si un segundo era eterno, no sabía cómo describir el día entero.

No había ido.

Estaba bien, todo bien. Después de todo, puede que le fallara la cuenta en algún momento y fuera en los siguientes días, o saliera muy sobre la marcha y siguiese en camino al pueblo en el que se quedó la última vez.

Trataba de ver todas las posibilidades que se le ocurrieran. También se le ocurría que debía de estar paseando por otro lado antes de ir o quizás había enfermado y todavía no salía.

El siguiente día fue igual, y el que le seguía. Una semana y contando estuvo en una situación parecida. Algo le olía mal con todo aquello.

Poco antes de cumplir las dos semanas, se cansó de estar sentado durante horas sobre una roca e imaginar tantas situaciones que le llegaban a desesperar. La que más temía, tenía que ver con un probable disgusto por parte de su padrastro dirigido a su cuadro. Debía de ser un hombre muy exigente con respecto a lo que realmente quería.

—Tío Hades, permítame esta tarde acompañarlo— oyó la voz de Hermes detrás de él, apareciendo de la nada.

Regresó al otro dios sin sorpresa alguna; mostraba una seriedad total, cosa que hizo picar la duda a su sobrino en una de sus cejas.

—Deduzco que algo nada bueno debe de estar sucediendo.

—¿Qué tanto te tardas en saber el paradero de una persona?

Aquello lo agarró desprevenido. Posó una mano en su mentón para bajar la vista al suelo.

—Dependiendo de cuán bien escondida se encuentre— y volvió a verlo en la misma postura —. ¿Desea que busque a la humana _______?

—Cuanto antes tengas la información, tráemela de inmediato que yo mismo iré— dio media vuelta para dirigirse a la cueva para darle el plan que se le había ocurrido a Ronen. Pero se detuvo para regresar la cabeza por sobre su hombro —. Por favor, házlo rápido.

Hermes quedó viéndolo alejarse, algo desorientado. Pestañeó un par de veces para mirar a su alrededor después de quedar solo y soltar un suspiro cansado.

—Y yo que venía a descansar junto a mi tío por primera vez...— pasó una mano por su nuca antes de moverse rápidamente y desaparecer para realizar lo encargado.

PINTURAS |Hades y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora