Doreen era incansable. De la cocina salían cantidades asombrosas de comida a todas horas; panceta, pan tostado, tomates fritos y huevos revueltos por las mañanas, suculentos bocadillos calientes a mediodía, sofisticadas ensaladas, carnes y pescado de río por las tardes. Preparaba té dulce frío casi todos los días, tartas de frutas que le hacían la boca agua y un chili que le hacía llorar los ojos, y nunca parecía creerse ni uno solo de sus halagos.
Siempre protestaba cuando intentaba limpiar la cocina; insistía en que era "su territorio" y que era ella quien se ocupaba de limpiarlo, pero se quejaba cada vez menos cuando entraba a barrer y fregar el suelo. Y a Louis le encantaba hacerlo mientras ella revolvía en los fogones; había pasado demasiado tiempo trabajando solo. Y ella tenía opiniones y críticas cariñosas para absolutamente todo.
Ese día, Doreen estaba haciendo conservas de melocotones para cuando acabó de recoger el desayuno, y había llenado la encimera de mármol de brillantes botes humeantes, recién esterilizados. Inclinada sobre una olla de tamaño industrial, blandió una cuchara de madera hacia él en cuanto entró.
—¿Te gustan los melocotones? —preguntó con entusiasmo.
Le sonrió.
—Sí.
—Aquí son fantásticos. Hago conservas para el invierno, pero nunca llegan a diciembre.
—Hm. Huelen genial. —Abrió el enorme lavavajillas y se enfrentó a la montaña de cacharros sucios que llenaba el fregadero.
—Hola.
Se volvió para ver a quién había saludado Doreen. Harry estaba en el umbral de la puerta, con un sombrero en la mano y una expresión pétrea que ya no lo sorprendía. No se había afeitado y llevaba unas botas gastadas que parecían recién sacadas de una película del salvaje oeste.
Doreen, que aún rellenaba tarros con ojos experto, le hizo un gesto hacia un plato cubierto con papel de plata.
—Está frío. Te haré uno caliente si quieres.
—No. —Harry avanzó a zancadas y agarró el plato, pero no volvió al comedor. Se sentó en una esquina de la mesa, lo desenvolvió con parsimonia y empezó a comer en silencio, sin levantar la cabeza. Louis tardó un segundo en darse cuenta de que se había quedado mirándolo, inmóvil, y se puso en movimiento enseguida.
Acabó con la montaña de platos sucios y fregó el suelo alrededor de Doreen, que llenaba tarros y manejaba cazos llenos de brillante almíbar escaldado con demasiada agilidad. Una voz lo sobresaltó.
—Scott Wolf está aquí.
Giró la cabeza; Matt estaba en el umbral de la puerta y era a Harry a quien se dirigía, pero su hermano siguió comiendo casi sin darse por aludido.
—Está Niall —dijo entre bocado y bocado. Matt ladeó la cabeza.
—Está para firmar. ¿No quieres hablar con Scott? ¿No vas a echarles un ojo antes de que se los lleve?
Harry se encogió de hombros, sin levantar la mirada. Matt tardó unos segundos en rendirse y desaparecer por el pasillo.
Nelly entró en la cocina cuando ya casi había acabado de recoger. Llevaba un vestido largo y vaporoso color tostado y el pelo recogido en una trenza sofisticada. Sujetaba un bolso en una mano y unas grandes gafas de sol en la otra, y parecía lista para irse a la playa—si la playa no estuviera a mil doscientas millas de distancia.
No los saludó, pero, para ser justos, tampoco saludó a Harry, que siguió comiendo sin prestarle atención. Doreen sacó una libreta del bolsillo de su delantal al verla.
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Country roads
FanfictionLouis está listo para dejarlo todo atrás. Su trabajo, su casa, la vida que conoce y las luces de Nueva York desaparecen lentamente en el horizonte. Al otro lado de la carretera lo espera Texas, con un cielo infinito, un rancho lleno de hermanos Sty...