Capítulo 8

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La majestuosa escalinata señorial que nacía en la entrada y se abría en dos escaleras opuestas como una arteria era un auténtico dolor de cabeza cuando se trataba de limpiarla. Louis casi se sintió mareado cuando acabó de limpiar la odiosa alfombra que la recorría y se dio cuenta de que aún tenía que abrillantar el pasamanos.

Salió en busca de la cera y toda su parafernalia, dispuesto a poner en práctica los extensos conocimientos que había sacado de Youtube. La guardaban en el granero porque Doreen había prohibido productos de limpieza en su adorada despensa, y le daba una excusa para echarle un vistazo a los caballos.

Pero aquel día había poca gente en los alrededores del granero; no había caballos trotando alegremente ni vaqueros cargados con sillas y riendas. Ni siquiera oía los motores de los tractores que usaban para mover balas de paja y cereal. Era la primera vez que veía aquello tan poco transcurrido.

Y dentro del granero oía una voz familiar, pero que nunca habría esperado encontrar allí.

Para su sorpresa, Nelly no discutía con Harry; era Nathan quien se enfrentaba a ella, con su carpeta perenne en la mano y un mono de trabajo azul que ya había manchado.

—Esto es un rancho —decía cuando se acercó—. Donde hay animales, es inevitable que...

—Tengo invitados. No me puedo creer que sabiendo eso os pongáis a levantar montañas de estiércol, con toda esta peste. —Sacudió la cabeza—. No tenéis ni el más mínimo respeto...

—No es una cuestión de respeto —intercedió él—. Nelly, esto se hace periódicamente. Es una necesidad de higiene.

Higiene es precisamente lo que falta aquí. Tapad eso inmediatamente.

Nathan meneó la cabeza casi a su pesar.

—No es posible. Habla con Harry.

—Con Harry. ¿Crees que le tengo miedo?

Él se encogió de hombros.

—Esto no es mi decisión. Siento que hayamos molestado a tus amigos.

Ella resopló. Se dio la vuelta y se alejó a paso enérgico, con un ademán casi agresivo.

—El apartamento está hecho un asco —espetó mientras pasaba a su lado—. Y no me desordenes la ropa. Siempre lo dejas peor de lo que estaba.

Inclinó la cabeza. Hoy no era el día de llevarle la contraria.

—Lo revisaré —dijo con docilidad, sabiendo que ella no tenía intención de responder. Espero a que desapareciera fuera del granero para intercambiar una mirada incrédula con Nathan.

—¿Hay para ti también? —preguntó él, con una mueca divertida. Rio.

—Sospecho que hay para todos.

—Te juro que tenemos que quitar el estiércol de las cuadras. Tenemos que mantener a los animales limpios...

Lo detuvo con un gesto.

—Sé poco de animales, pero te creo —aseguró, y los dos rieron. Nathan se relajó visiblemente; se abanicó con la carpeta y meneó la cabeza como si quisiera decir algo más, pero pareció cambiar de opinión.

—¿Qué buscas?

—Cera.

—Está ahí detrás. ¿Te ayudo?

—No, lo tengo. —El destartalado armario donde guardaban todo lo relacionado con la limpieza era su territorio; había memorizado todo su contenido los primeros días, más fruto de la ansiedad que de la eficiencia.

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