Capítulo 30

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Harry tenía un brillo asombrado en los ojos cuando su despertador sonó. Estaba a su lado, con un brazo pesado cubriendo su estómago, y parpadeó cuando lo vio despertar.

Louis se frotó un ojo.

—Buenos días —murmuró.

—¿Pasó de verdad? —Tenía el pelo desordenado en todas las direcciones; se lo peinó con los dedos, riendo sin hacer ruido.

—Dímelo tú —murmuró—. Mira las sábanas.

Harry frunció el ceño, pero bajó la mirada para ver el remolino de telas en el que habían dormido; ninguno de los dos se había molestado en vestirse.

—Dan asco. —Sonaba tan sorprendido que lo hizo reír de nuevo. Asintió.

—Es un efecto secundario —dijo con solemnidad—. Así es como sabes que pasó de verdad.

Harry no se movió. Entreabrió los labios antes de atreverse a hablar.

—Dime la verdad —murmuró.

—Te la diré.

—¿Te gustó? ¿Anoche? —Había ansiedad en su voz, pero el brillo en sus ojos no había desaparecido. Veía subir y bajar su pecho agitado, nervioso, y sus manos crispadas en las sábanas.

Sonrió.

—Más que ninguna otra noche de mi vida —admitió—. ¿Y a ti?

—Louis. —No dijo nada más, pero su tono maravillado era tan fácil de interpretar como sus palabras—. Todavía creo que fue un sueño.

Le dio un toquecito a la punta de su nariz.

—Pues ya puedes empezar a creértelo —murmuró—. Porque pienso lavar estas sábanas.

Él sacudió la cabeza.

—No sé cómo lo hice —admitió—. No podía... nunca he...

—Puedes hacerlo, Harry —dijo con suavidad—. Puedes hacerlo conmigo. Ni siquiera perdiste la erección. No eres impotente.

—Nunca había tenido una erección así. Nunca-Ni siquiera de adolescente.

—La impotencia no es lo único que impide que tengas erecciones.

Harry tenía el ceño fruncido, y no había perdido el asombro en sus ojos.

—Me siento- distinto —dijo despacio—. Me siento un hombre.

—Nunca dejaste de ser un hombre. El pueblo no decide lo que eres, Haz.

—Nunca lo sentí así. Todo se sentía... —Paró para respirar hondo—. ...decidido.

—No. —Puso una mano en su mejilla—. No tienes por qué dejarles.

Su despertador sonó por segunda vez. Harry lo apagó y se levantó lentamente, estirándose con curiosidad, pero tardó en deambular hasta su armario para vestirse. Lo observó desde la cama, perdiendo poco a poco la visión de su piel bronceada, y sonrió cuando él tuvo que apartar un pantalón del suelo para poder caminar.

—Déjalo —dijo antes de que pudiera inclinarse—. Es mi desastre.

Harry agarró su sombrero, pero se volvió para mirarlo sin moverse del sitio.

—¿...Vas a traerme agua hoy? —preguntó en voz baja.

Le sonrió.

—Claro.

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