Capítulo 27

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Los hermanos llevaban tanto tiempo hablando de "la feria", sin dar más explicaciones, que Louis ya lo tomaba como el evento del año, enorme, glorioso y conocido por todos, para cuando se enteró de que se referían a una feria de otoño que se organizaba cerca de Austin.

Los hermanos desayunaron rápido y subieron a los apartamentos. Fueron bajando poco a poco al cabo de un rato, todos elegantemente trajeados, antes siquiera de que acabase de recoger la cocina; Doreen había desaparecido en algún momento.

—Me muero de ganas de ir —dijo Rita, nada más entrar en la cocina; se había recogido el pelo en una trenza encantadora, y Liam llevaba toda la mañana siguiéndola por toda la casa como un sonriente perrito faldero.

—No te hagas demasiadas ilusiones —murmuró Niall entre dientes, comprobando la hora en su reloj.

Le dedicó una sonrisa.

—Pasadlo bien. —Estaba calculando mentalmente cuánta suciedad habría en el brillante suelo de la cocina para cuando se marchasen; nadie se había molestado en esperar a salir de casa para calzarse.

Rita alzó las cejas.

—¿No vas a venir con nosotros? —preguntó. Louis ladeó la cabeza.

—Yo... no pensaba... —tartamudeó—. No sabía que era hoy.

—Oh, olvidé avisarte —intervino Niall—. Por supuesto que vienes con nosotros. El día de la feria no se trabaja.

Estaba dispuesto a seguir discutiendo—Harry se había levantando a las cinco para limpiar los establos y pasear a varios caballos, al fin y al cabo—cuando Doreen apareció embutida en un traje de dos piezas color ciruela y un enorme sombrero estampado que apenas cabía por las puertas. Observó su uniforme con un feroz ojo crítico.

—¿Vas a ir así vestido?

—Ve a buscar a Harry —pidió Niall, salvándolo de tener que pensar en una respuesta—. Si quiere venir, tiene que cambiarse ya. Y tú también.

—¿Cómo va a querer venir? —oyó decir a Nelly desde el recibidor mientras se alejaba. No se giró.


Harry estaba cargando sacos de tela en un rincón. Había aprendido a encontrarlo con facilidad; sólo había que buscar el único rincón silencioso y solitario en ese momento.

Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que estaban solos antes de acercarse a él.

—Nos vamos a la feria.

Harry asintió.

—Vale.

Lo miró sin parpadear.

—¿...No vas a venir?

Él negó con la cabeza, sin mirarlo. Se sacudió las manos en los pantalones y echó a andar, resuelto.

—No puedo dejar los caballos solos.

Lo siguió hasta un rincón lleno de correas, cuerdas y mangueras de plástico.

—Ojalá cincuenta personas trabajasen para ti, cuidándolos.

Harry recogió una cuerda que alguien había tirado sin más en el suelo.

—Hay mucho trabajo hoy —murmuró, evasivo.

Trabó sus manos con las suyas y dejó caer las cuerdas que él aún intentaba enrollar.

—Vamos, es una feria. Seguro que hay calabazas y vino caliente y encantadores puestos de artesanía.

—Hay puestos de verduras y cuatro lunáticos vendiendo latas de guisantes viejas. Has visto demasiadas películas.

Country roadsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora