Capítulo 31

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Los días pasaron. Louis no volvió a sacar el tema.

Harry se inclinaba para recibir besos en la mejilla, dejaba que lo rodease con los brazos y cenaba a su lado aguantando con paciencia infinita los comentarios sarcásticos de Nelly, la charla incesante de Doreen y las miradas de sus hermanos, que bufaban cuando le daba la espalda al comedor para sentarse en la mesa de la cocina.

Se relajaba al refugiarse en su habitación, sencilla y llena de vaqueros, sombreros, cinturones gastados y chaparreras, y nunca se apartó de uno solo de sus besos. Pero invariablemente su mandíbula se tensaba, sus manos se apartaban, cambiaba de tema e insistía en un cansancio que era más fácil de creer unos días que otros. Y Louis acababa con un vaquero de ceño fruncido fingiendo dormir a su lado en la cama; había aprendido rápido el ritmo lento de su respiración cuando por fin caía rendido.


Esa noche mandó a Doreen arriba y esperó los pasos lentos de Harry desde el comedor. No levantó la mirada del lavavajillas cuando lo oyó entrar.

—Quiero jugar al ajedrez —dijo en voz alta. Un pequeño silencio.

—No, yo... estoy cansado.

Se encogió de hombros, sin detenerse.

—Está bien. Jugaré solo.

Vio la expresión confusa en su rostro cuando al fin se volvió para mirarlo.

—¿...Solo?

—Me apetece.

Harry soltó el aire, pero oyó abrirse la puerta del porche, y el tablero estaba montado sobre dos cajas de madera cuando salió a sacudir el mantel.

—No tienes que hacerlo —recordó mientras lo hacía—. No me importa jugar solo. Si estás cansado...

—No. —Harry agarró el mantel con suavidad de sus manos y lo dejó sobre una caja vacía—. No me importa.


Estaba tan callado como siempre, y todavía más distraído. Tardó dos partidas en entender la apertura que intentaba enseñarle, y parecía perder el ritmo de los turnos continuamente. Louis lo vigilaba de reojo, paciente, pero no parecía tener ganas de hablar.

—Harry —murmuró al final, y sus ojos verdes se clavaron en su rostro—. No quiero que te preocupes por el tema. A nadie le importa menos que a mí.

Él bufó.

—Es fácil decirlo —refunfuñó, fingiendo más preocupación por su propio movimiento de la que requería—. Tú no eres un...

—No es fácil decirlo —dijo con firmeza—. Y para mucha gente sería un problema importante, seguro. Pero para mí no lo es. Y no quiero que te creas menos de lo que eres por algo así.

Harry apretó la mandíbula.

—En el pueblo te dijeron la verdad, Louis.

Alzó las cejas.

—¿Qué me dijeron?

—Que no valgo para nada. Ni siquiera para lo que valen todos los hombres.

—Nadie en el pueblo me dijo eso. Y nadie más que tú lo piensa.

—Por favor.

—En el pueblo son idiotas. Creía que habíamos establecido eso —insistió, imitándolo, y él sacudió la cabeza, pero su postura había perdido tirantez—. Quiero salir a pasear con Hope —siguió diciendo, ganando valentía. No tuvo que fingir un mohín; tenía un talento natural para ellos—. Cameron dice que nadie más la saca.

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