Capítulo 37

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Siempre le tocaba recoger la mesa cuando Doreen tenía el día libre, pero solía hacerlo solo. Ese día, los cuatro hermanos Styles—y Ellie, que parecía agotada—todavía estaban sentados a la mesa cuando entró armado con la enorme bandeja de recoger. Dudó en el umbral de la puerta.

—Recoge, Louis. —Matt ni siquiera levantó la mirada de su plato vacío—. Somos lentos, lo siento.

Obedeció. La conversación era apagada, pero seguía; Liam y Niall parecían enfrentados sobre el mejor proveedor de algo que no entendía.

Se sentía como un fantasma moviéndose tras las sillas de madera oscura, prestando tan poca atención a la discusión como los hermanos a él. Sentía la mirada de Harry siguiéndolo por toda la mesa; aquel hombre no sabía disimular, definitivamente.

Niall lo miró cuando pasó a su lado para recoger su plato.

—¿Cuándo sale tu vuelo? —preguntó en voz alta.

—A las nueve de la mañana.

—Encontraré a alguien que te lleve.

Parpadeó.

—Oh, no, no hace falta. Pensaba llamar un taxi.

Niall sacudió la cabeza.

—Sería un deshonor dejarte ir en taxi teniendo aquí tantos coches inútiles.

—Y tantos caballos —añadió Liam, de buen humor.

—Yo puedo llevarlo.

Louis levantó la mirada. Harry parecía realmente interesado en el puñado de guisantes que quedaba en su plato; carraspeó antes de seguir hablando.

—Tengo que ir a buscar inyecciones.

Matt frunció el ceño.

—¿No vas a pedírselas al veterinario?

Harry no se inmutó.

—No. Dos llegaron rotas la última vez, y no quiso hacerse cargo de ellas. Voy a comprárselas a otro.

—Ah. —Su hermano asintió, distraído—. Esos todoterrenos que tienen. Se sacuden más que una batidora.

—Genial, un problema menos. —Niall se acabó su bebida de un trago y se puso de pie—. Vamos a revisar esos contratos —murmuró en dirección a Ellie, que sacudió la cabeza.

—Irás tú —dijo con paciencia—. Yo voy a darme un baño. Llevo todo el día metida en el despacho. Buenas noches. —Dejó su servilleta sobre la mesa y salió.

Louis recogió el plato de Harry cuando se hizo patente que no iba a acabárselo. Tomó nota mentalmente de que Niall estaría en su despacho, despierto, cuando subiera al apartamento de Harry.



Cuando salió de la ducha, Harry revolvía en su armario.

—Déjame una camiseta —pidió en voz baja—. Ya he metido las mías en la maleta.

Él le tendió una; en algún momento había tenido impresa publicidad de algún negocio, seguramente. Se la puso sin protestar, y Harry se giró para mirarlo sin ningún disimulo.

—¿Quieres hacerlo? —Evitó su mirada al hablar, pero Louis vio la duda en sus ojos. Rio con suavidad.

—No. Necesito dormir una noche de vez en cuando, vaquero.

—Pero te vas mañana.

Puso los ojos en blanco.

—Pero volveré, Harry. En una semana.

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