Capítulo treinta y nueve.

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—La doctora me avisó que despertaste.

Sonreí cuando Henry entró a mi habitación temporal.

—Dice que dormí durante tres días.

—Si, estabas en tu salsa.

Se acercó, besó mi frente y tomó asiento en la silla que había para visitas, me entristecí al verlo vestido de esa manera: llevaba un traje formal de color verde, su cabello bien peinado y lucia mas elegante que nunca.

—Aun no puedo creer que seas el príncipe.

—¿Por qué? Mi belleza es única.

Solté una pequeña carcajada que se detuvo de inmediato cuando el dolor de mi rostro aumentó.

—La doctora dice que no se me borraran—Apunté mi rostro—. Así que estaré condenada a ver mi rostro desfigurado.

—Sigues siendo digna de una reina, Lett.

—Henry... ¿por qué no me contaste?

—Siempre he sentido que estamos en un circulo, llevamos trescientos años matando y siendo asesinados y nunca nada cambia, por muchos experimentos que hagamos, quería... quiero que cuando sea rey todo esto cambie, quería ver las cosas desde adentro, para ver como funcionaba, no con intenciones de juzgar, sino entender. Así que le rogué a mis padres que me dejaran en la tropa y tener nueva identidad, quería forzar mi propio camino, mi padre aceptó cuando le prometí que le traería información exclusiva, lo cual nunca hice.

—Eres... eres genial.

—Lamento por no contarte, solo quería que me vieras como una persona normal, no quiero que tú te arrodilles ante mi, quiero que te sientes a mi lado y me ayudes a gobernar.

—Henry, jamás podría ser reina.

—¿Por qué?

—Mi rostro esta lleno de cicatrices horribles al igual que todo mi cuerpo, no soy digna.

—No te elegí por tu belleza, lo hice por tu inteligencia.

—No pienso ocupar vestido.

—Puedes gobernar con pantalones perfectamente.

Podía ver sus ojos exasperantes, esperando una respuesta. Le debía todo a Henry, me había salvado la vida sin dudarlo.

—Está bien Henry, seré tu reina.

No pudo evitarlo, se levantó y me abrazo, me dolió todo mi cuerpo, pero aun así lo acepté.

—Henry, muchas gracias por salvar mi vida.

—Es lo que hace un amigo.

Le sonreí, besó mi mano y me contó que Isaac y Antonella estaban bien, que estaban en la central, que al salir como príncipe pudo cometer su primer indulto y fueron ellos dos, que no tenia que preocuparme por nada. Me dijo que, aunque tuviera muchas ganas de golpear a Jason, no podía tocarlo, nadie podía ya que era un protegido del rey.

—¿Y el rey no te castigó por lo que hiciste?

—No le pedí permiso—Soltó una carcajada—. Se enteró cuando ya lo había hecho.

—¿Y donde está Ryan? —Me atreví a preguntar.

—En la otra habitación, me pregunta cada dos minutos por ti, le diré que despertaste.

—No-no—Lo detuve—. Dile que sigo dormida.

—Scarlett...

—Será mejor así, Henry, casi morimos.

Solo por esta nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora