Capítulo doce.

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A las ocho de la mañana caminábamos por Dónovan, él estaba unos pasos más adelante que yo, por lo cual solo observaba su nuca.

Nos mantuvimos en silencio hasta qué llegamos a nuestro destino.

—Es la plaza de la justicia—Dije yo.

—Córranse—ordenó hacia las personas.

Al ver de quién se trataba las personas inclinaron sus cabezas con respeto y le abrieron un camino para ubicarnos en primera línea.

Solo vine a este lugar una vez. Solo una vez porque fue horrible lo que vi. Al medio había cruces dónde amarraban los cuerpos, sangre seca que nadie quiso limpiar por miedo a contagiarse. Y detrás, un muro con los nombres de todo aquel que fue castigado y murió aquí. Un recordatorio diario para que cumpliéramos las reglas. Mi vista quedó clavada en dos nombres.

Amelia Stone.

Albert Stone.

Los padres del coronel.

Me tensé y me pregunté si él no se sentía incomodo al estar aquí. De pronto, me acordé de lo que ayer él vio, y comencé a sentir verdadero terror.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté, mi voz no disimulaba el miedo.

—¿Piensa que la voy a castigar? —Me miró, parecía querer sonreír.

—Si.

—Eso dependerá de usted.

Entonces aparecieron los policías arrastrando un cuerpo. Su cabeza tenia una bolsa. La amarraron sobre la cruz.

—¡Hoy Dónovan tiene un nuevo simpatizante! —La gente gritó asustada, le temían al amor—. ¡Se unió a la policía militar, y en los exámenes se demostró que está enamorada!

Enamorada. Era una mujer.

—¡El rey a mandado a sacrificarla! ¡No merece vivir!

—¡No lo merece! —gritaron el grupo de personas.

La figura del coronel se tensó, pero seguía mirando fijamente.

—¡Cincuenta azotes!

Cuando a la mujer le destaparon la cabeza, quise huir.

—¡Abby Lats es simpatizante! ¡Todo aquel que tenga el apellido Lats será enviado al bosque!

No podía creerlo, pensé que estaba soñando. Vi su piel oscura llena de heridas, su rostro que ahora contenía el dolor recordándome que siempre sonreía. Abby fue mi compañera desde que entré a la academia. No podía soportar verla ahí.

—No-no—Susurré—. No pue-puedo ver esto.

—Lo verá, y si cierra los ojos diré aquí mismo en la situación que estaba ayer.

Ni siquiera tuve fuerzas para reclamar. Solo asentí a su orden y miré a Abby con horror. Ella tenia sus ojos cerrados y su cabeza apuntaba al cielo. No lloraba ni rogaba por su vida.

La gente le gritaba cosas hirientes, y yo, sin notarlo fui escondiéndome detrás del coronel. Mi mano sujetaba firmemente su brazo, él lo notaba, pero no me decía nada. Me obligué a no cerrar los ojos mientras me hacia pequeñita.

—¡Uno!

Abby solo estaba en ropa interior, y el primer latigazo fue directo a su estomago, abrió una herida de inmediato. Ella no pudo contener el grito y las lagrimas.

—¡Dos!

No podía ver, mi pecho dolió y quise correr, quería correr. Y cada vez que recuerdo ese sentimiento, esa imagen de ella siendo castigada, me falta el aire y necesito correr.

Solo por esta nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora