Capitulo cuatro: Alicent I

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Las suaves pisadas de sus zapatos eran lo único que se alcanzaba a escuchar dentro de la fortaleza roja, Alicent caminaba lentamente erguida en toda su altura con elegancia y delicadeza, su vestido de un verde olivo de mangas largas resaltaba sus rasgos de forma hermosa, con un recatado escote que solo mostraba parte de su clavícula, la falda tenía un alisado perfecto y se movía elegantemente dándole una majestuosidad a su caminar, la mitad de su cabello recogido en una corona de trenzas adornado con un broche de oro y esmeraldas, el resto de las ondas rojizas caían suavemente como una cascada llegando un poco más abajo de sus pechos.

La Reina caminaba con una mirada seria y una sonrisa forzosa, mirando con una leve inquietud casi imperceptible el camino que recorría, por su lado pasaban sirvientes deteniéndose para reverenciar, lo único que acompañaba el silencio de su camino era el leve sonido de la armadura de Ser Criston.

Nadie podía imaginar que era aquello que la inquietaba, Alicent no era alguien accesible y difícilmente confiaba en las personas a su alrededor, por lo que solo quedaba especular acerca de ello.

Alicent había notado las miradas curiosas que las criadas siguiéndola desde que salió de sus aposentos, cuando Tayla llegó a ella soltando las palabras que le generaban ansiedad.

Su Majestad solicita su presencia, mi reina.

Un nudo siempre se formaba en su estómago cuando su doncella de compañía le informaba aquello, su mente se volvía un revoltijo de emociones amargas, sabía muy bien o al menos suponía lo que Viserys deseaba, aún no era de noche pero no faltaba mucho para que el sol se oculte por completo y si puede entonces Viserys no la había despedido...

Era su deber. Se recordó.

Tenía que ser una Reina devota a su fe y cumplir con su deber.

Desde pequeña fue criada y educada para obedecer siempre y cumplir con su deber, como hija, como Dama, como esposa y como Reina.

Las septas le dijeron que la corona en su cabeza venía con un precio un sacrificio y un deber, que ella tenía que aceptar, solo así podría ser Reina.

A la chiquilla de diez y ocho onomásticos no le importó, el sacrificio, aceptó sin dudar, porque era una oportunidad única.

Siendo Lady, no iba obtener ni la mitad de la atención que tendría siendo Reina, siendo una simple Dama, la historia iba olvidarla, cuando murió a Reina Aemma, vio su oportunidad y no lo pensó mucho, ella quería poder, quería ser la mujer más importante de los siete reinos como lo era Aemma.

Más ahora, no sabe que esta haciendo mal, la Reina Aemma no era tratada como ella, nunca en el tiempo que estuvo viviendo en el castillo escuchó que las septas o maestres hablasen sin que ella lo permita y cuando lo hacían siempre era con respeto y amabilidad, no pasaba eso con ella.

Todos parecían ignorar cuando no deseaba compañía, siempre le traían a sus hijos sin que ella lo pidiera y a veces hasta le hablaban sin permiso, el Maestre Mellos y las septas en especial

Siempre susurrando que los siete debían mandar en su reinado y felicitando que cumpla su deber de dar herederos al rey. Sabía que Mellos tenía contacto directo con su padre y solo por eso se callaba y nunca le decía nada al hombre.

Ella no comprendía pensó que al ser Reina, sería la mujer de la que todos estaban pendientes, a la que rezaban a los dioses por su buena salud y a quien le mandarían buenos deseos, que tendría a todos a su disposición y servicio, pero ahora es Reina y solo tiene un caballero, para protegerla, una dama de compañía y solo unas cuantas sirvientas.

Eso no debería ser así. Ella vio en Aemma lo que significaba ser Reina, ser la primera dama de los siete reinos, la mujer más importante de todo Westeros.

The dragon princess Donde viven las historias. Descúbrelo ahora