Tres

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Alejandra y yo nos lo contábamos todo, incluso esas cosas que avergüenzan y que no se las podrías confesar a nadie.

-Tengo un lunar al final de la espalda -me confesó ella una vez, sonrojándose- Y lo odio! Cuando sea mayor y pueda ganar mi propio dinero me lo quitaré.

-Es muy grande?!
-No tanto, pero es horrible.
-Bueno Ale, un lunar no es tan grave y, además, no lo tienes en un lugar que este a la vista de todos, no? Yo en cambio, tengo una nariz que parece una papaya y a esa la mira todo el mundo. Cuando sea grande y gane mucho mucho mucho mucho mucho dinero...

-Te la operarás?
-Sí, me la quitare pero, además, pagare para que se la coloquen a la tonta de Estela que siempre anda gritándome: "Que no te dé gripe, Maria, porque si llegas a estornudar el gobierno tendrá que decretar estado de emergencia para todo el país".

Charlar con Alejandra era como sentarme frente a mi abogada defensora para contarle todas mis culpas, con la certeza de que no sería juzgada:
-Una vez tuve piojos, Ale, fui a una hacienda de vacaciones y supongo que ahí me contagié de las ovejas o de los cachorros con los que jugaba. Cuando volví a casa, al llegar se los contagié a mi perro, Matthew. Eso fue horrible...
lo normal es que tu mamá te diga: "no te acerques al perro que te va a pegar sus pulgas", pero en mi casa mamá gri-
taba: "María, aléjate del perro que le vas a contagiar tus piojos!" Durante un mes mi mamá nos bañó a ambos con el mismo champú, se llamaba ''Mascotita sana, el antigarrapatoso".

-Yo hice algo peor, María, mi primer negocio fue el comercio de moscas. Yo las cazaba y luego se las vendía a mis
hermanos, a 25 centavos cada una para que las echaran discretamente en la sopa que preparaba mi mamá. Los
pobres tenían 6 y 7 años y ya debían pagarme por las moscas con las que yo me financiaba las salidas al cine. Nunca se lo digas a nadie.

-Y tu nunca menciones los nombres completos de mis papás, Isabel Eufemia y Manuel Agamenón, imaginas qué vergüenza cuando yo me case y en la invitación diga: "Isabel Eufemia y Manuel Agamenón invitan al enlace matrimonial de su querida hija María con el señor Fulanito"? Sería horrible, !mis suegros se burlarán de mis papás! y eso me ocasionaría problemas con mi esposo, pelearnos y
al poco tiempo él se cansará de nuestra relación conflictiva, terminaremos separándonos, él se quedará con el auto y yo con la deuda del banco, y luego de unos meses yo me enteraré de que sale con una rubia despampanante con pestañas postizas, labios postizos, pechos postizos, nariz postiza... hasta codos postizos.
Sufriré mucho, tanto sufriré que tendré que usar mis pocos ahorros en pagar un siquiatra que pueda tratarme la depresión, me quedaré sin dinero y todos dirán: "ahí va la pobre infeliz cuyos padres se llaman Eufemia y Agamenón".

-Nada, Maria, en vergüenzas de papás, gano yo. Los míos, cuando eran jóvenes, fueron muy hippies, "étnicos" decían ellos, y se casaron cuando yo estaba a punto de nacer. El vestido de novia de mi mamá parecía una carpa y a mi papá el pelo le llegaba hasta la cintura. Deberías ver las fotos. Nada mas vergonzoso que la pinta de los papás cuando eran jóvenes.

No había secreto, vergüenza, complejo, travesura, que Alejandra y yo no nos hubiésemos confesado.
Ambas sentíamos que nuestras vidas no se asemejaban a las que veamos en los comerciales de televisión. Allí siempre aparecían familias perfectas, con hijos perfectos, mascotas perfectas y desayunos perfectos: gran vaso de leche con un plato de pancakes con frutas y crema.

Las nuestras nuestras, por donde se las mirara, eran vidas imperfectas. Nuestros padres no eran modelos de belleza, nuestros hermanos eran casi siempre insoportables , nuestras mascotas eran perros multirracionales, y en cuanto a nuestros desayunos... yo siempre odie la leche (la única parte de la leche que me gusta es la vaca), y los papás de Alejandra ni siquiera sabían pronunciar la palabra pancakes, ellos decían 'panqueyes' y la preparación era casi tan mala como la pronunciación.

Pero aunque casi habíamos terminado por aceptar nuestras realidades, había algo ante lo que no podíamos resignarnos: nuestros amores imperfectos.

-El peor fue Ricardo -me dijo una vez Alejandra.

Yo rebatí:
-Qué va! El peor de todos los peores del mundo fue Roberto.

El Club LimonadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora