Dieciseis

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Esta tarde hay reunión en el club -me dijo Alejandra.

-Lo siento, no puedo ir -respondí todavía molesta.

-¡Tienes que ir! Ya es hora de resolver esto que has convertido en un drama.

-¿Yo? ¡Es insólito, Alejandra! No sé que rayos piensas, pero quiero recordarte que quien abrió la boca para echarlo todo a perder fuiste tú.

-Bueno-aclaró ella -di lo que quieras, te estoy avisando que tenemos reunión en el club, si quieres ir... bien y si no... también. Pero ya sería hora de que dejaras de lado tu actitud infantil. 

-¡¿Mi actitud infantil?!

-Claro has adoptado una postura de víctima como si hubiera pasado algo horrible. Pero no fue así María, todo fue una broma. De seguro Juancho ya ni se acuerda de lo que ocurrió y tu sigues como si llevaras en la mochila una bomba lacrimógena en permanente explosión.

-Peto es que hiciste algo que me hizo sentir muy mal, Alejandra, fue incómodo, fue desagradable y yo pensé que tu eras mi amiga.

-Soy tu amiga, ¿ves cómo estás en posición de víctima? Pero lo que no entiendo es por que le das tanta importancia a una broma de las muchas que nos hacemos cada día. Bueno, ¿no te gusta Juancho? ¡Ya está! ¡Eso no tiene nada de malo! Ya nos has respondido que no, eso lo sabes tú, lo sé yo y lo sabe él. ¿Dónde está el problema? ¿Acaso no nos tenemos una confianza absoluta? María, por favor, cada uno de nosotros ha contado las partes menos agradables de nuestras vidas, yo he llegado a confesar que mi mamá  llama a mi papá "mi Power Ranger" ¿crees que hay algo más intimo y vergonzosa que eso? No te pongas así por un detalle tan insignificante.

-No puedo ir, gracias. Quizá otro día.

No supe que decir. No encontré la manera de confesarle que me había sentido tan mal porque había mentido y porque ella me había puesto en evidencia. Juancho me gustaba, era lindo y, además, era el primer hombre en el mundo (fuera de mi papá) que había dicho que yo le parecía linda.

Me había pasado catorce años de mi vida coleccionando historias en las que ningún chico se fijaba que yo existía y cuando de pronto llegaba uno que reparaba en mi presencia... yo, perturbada por la situación, decía a voz en cuello, ¡no me gustas!

Esa tarde en casa, me sentía como un gato encerrado en un cajón, sabia que el club había retomado sus reuniones ordinarios... y yo no estaba ahí.

Recordé lo bien que lo pasábamos y todas esas historias descabelladas y divertidas que compartíamos. Recordé todas las confesiones que había hecho a Alejandra a lo largo de mi vida, ella me conocía por dentro y por fuera, ella era mi colega, mi compinche, mi abogado defensora.

Cuando faltaban diez minutos para las cinco llamé al teléfono celular de Alejandra que decirle que había cambiado de opinión, pero además estaba dispuesta a contarle toda la verdad. El teléfono estaba apagado y me dio paso directamente al buzón de mensajes:
"Hola Ale, soy yo, María, solo quiero decirte que voy camino al club. Quizá me he comportado como una tonta, perdóname, ¿si? Pero es que hay una razón para todo esto, Juancho me gusta mucho y me había dado vergüenza contártelo. Bueno, ahora ya lo sabes, no se lo digas por favor, salgo corriendo para allá. ¡Me muero de ganas de verlos! Un beso."

Salí a toda carrera dispuesta a pasar la página, a abandonar mi postura de víctima, a agarrar mi cuaderno para borrar las líneas amargas del club y volver a sonreír de verdad con mis amigos.

Sí, quizá he exagerado, quizá se me paso la mano, yo sé que Alejandra esta un pici loca, pero ha sido mi amiga desde siempre y yo la quiero mucho, además, ella ni sabia que Juancho me gustaba... por lo tanto, ella no sabía que me estaba poniendo en una situación delicada. Pensé en eso y en muchas cosas mientras corría hasta que, con el corazón agitado, llegué a casa de Juancho, me moría por verlo de nuevo, el cerrojo de la puerta que daba a la calle estaba siempre abierto, entré, corrí hasta la bodeguita y vi que la pierna de madera despingada estaba cerrada. El candado en el piso y la luz encendida me indicaron que la reunión del club había iniciado. Emocionada y dispuesta a gritar con voz de león: "¡Holaaaa, ya llegué!", abrí la puerta.

Ahí adentro y de acuerdo con lo previsto, estaban Alejandeo y Juancho sentados en el piso, con las piernas cruzadas, uno frente al otro.

Muy cerca.

Demasiado, diría yo.

Tan cerca que sus narices hubieran podido tocarse en cualquier momento. Alejandra tenía su mano derecha en la mejilla de Juancho, él estaba rígido como una estatua.

Ambos me miraron sorprendidos, intentaron separarse rápidamente y al hacerlo lucieron torpes.

Torpes y sonrojados.

Yo me di media vuelta, cerré la puerta y regresé caminando a casa.

Nuevamente la llave de agua de mis ojos se había abierto.

El Club LimonadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora