Lo digo en serio, me pareces linda, y creo que ese tonto se perdió la oportunidad de estar contigo.
Alejandra tomó la palabra e intrigada preguntó:
-A ti, ¿como te gustan las chicas, Juancho?
-No se, no tengo un tipo de chica definido. Me gustan las chicas que me hacen clic.
-¡¿Clic?¡ ¿Qué tontería es esa? ¿Que invento machista es ese?
-Nada, Alejandra, un clic es cuando alguien que puede ser muy linda o no tan linda te transmite algo que te hace clic. Un algo que hace que te fijes en ella, que la mires, que quieras tenerla cerca.
-No entiendo, defineme eso... me parece que no estas dando vueltas para no enfrentar la verdad. A los chicos les gustan chicas lindas y punto...
-¡Bueno, Ale, claro que sí! A todos los hombres nos gusta Miss Universo, pero ella es casi tan irreal como un marciano. Yo me refiero a la vida de verdad, donde hay chicas lindas y otras menos lindas, pero algunas, solo algunas, tienen eso que hace clic.
No sé cómo definirlo, es una cosa... especial. De hecho ahora voy a contarles la historia de cuando me enamoré de una muchacha que tenía esa luz extraña. En un inicio ella me caía mal, me parecía seria y aburrida, pero es sorprendente como puedes cambiar tu opinión respecto de una persona cuando la conoces un poco más. Por pura casualidad ambos nos sentábamos juntos en la clase de Catecismo, a los once años íbamos a hacer la Primera Comunión y eso nos obligó a asistir a las clases de los jueves por la tarde con el padre Simón. Ella hablaba poco, pero era evidente que estudiaba mucho. Se sabía de memoria todos los pecados (los veniales y los mortales), las virtudes teologales, los dones del Espiritu Santo, etc. Recitaba al revés y al derecho los mandamientos y los sacramentos; y entendía claramente la diferencia entre un capítulo y un versículo... cosa que para mí era una ciencia exacta de difícil comprensión.
Sonreía poco, era ordenada y despedía siempre un olor como que jabón de flores. No era una niña linda, pero tenía ese aspecto impecable que siempre he envidiado. Casa uno de sus cabellos estaba en su sitio, los puños de su blusa blanca eran pulcros mientras que los míos tenían, al final de la mañana, ribetes negros de pura mugre. Cuando abría su estuche color rosa, parecía como si acabara de sacar punta a sus lápices, todos colocados como soldados, en fila, en orden. Por el contrario, mi estuche era una bolsa de tela que gracias a la mezcla de tinta China desparramadas, la témpera sin tapa y algún bolígrafo en explosión ya había perdido su color original. Mis lápices eran chatos, mordidos, casi del mismo tamaño de mi dedo meñique y jamás tenían borrador en el extremo.
Yo la miraba cada vez más convencido de que la perfección la había tomado como ejemplo. Ella era correcta. Y eso me gustaba mucho.
Descubrí que me había enamorado de ella cuando el padre Simón nos preparaba para el sacramento de la confesión. Él dijo que debíamos hacer una profunda reflexión sobre lo que había sido la vida de cada uno de nosotros, desde el nacimiento hasta esa fecha; que debíamos determinar las faltas que habíamos cometido contra Dios y contra nuestros semejantes, luego debíamos arrepentirnos de todo corazón y, finalmente, con humildad deberíamos pedir perdón a Dios confesándonos con un sacerdote.
Yo, muy preocupado, le dije al padre Simón que necesitaba que fuera más explícito y que, por favor, me diera algunos ejemplos de "faltas". El sonrió, y como si me conociera de toda la vida, comenzó que enumerar mis características más personales: mentir, decir palabrotas, desobedecer a los papás, pegar a los hermanos, haber ojeado alguna revista de mujeres desnudas, quedarse con el cambio sin permiso de los papás, mirar la tele panza arriba los domingos, odiar e insultar a los de la barra del equipo de fútbol de octavo año... en fin, gracias a ese detalle tan pormenorizado, me di cuenta de que mi confesión sería más complicada de lo que había imaginado y el sacerdote debería llevar un refrigerio por si nos demoramos hasta entrada la noche. De todas maneras me atrevo a pedir más precisiones que me permitieran llegar al sacramento sin demasiadas dudas.
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El Club Limonada
Teen FictionEn el mundo hay quienes encuentran a su <<media naranja>>, pero hay otros que solo han descubierto a su <<medio limón>>...ácido y amargo. María, Alejandra y Juancho son tres amigos que, ante su mala suerte en el amor, han dec...