Durante los siguientes días no fui al club y en el colegio evité hablar con Alejandra. Me encontraba triste y también molesta. Pelear con una amiga no es lo más horrible que te puede ocurrir, eso ahora lo sé, pero te deja con una triste sensación de vacío.
Yo quería saber que Alejandra estaba arrepentida, necesitaba que ella se sintiera tan mal como yo, con eso habría bastado. En el fondo yo quería disculparla porque la echaba de menos, tenía muchas ganas de charlar con ella, de escuchar sus historias hilarantes y de contarle las mías oscuras y pesimistas.
Pero Alejandra lucía imperturbable, como si nada, incluso había momentos en que ella actuaba como si se sintiera ofendida por mí.
El quinto día de silencio, fue un viernes que no olvidaré nunca. Al sonar el timbre del recreo, yo me levanté presurosa, guardé un libro en la mochila y me dispuse a salir rumbo a la biblioteca, no quería pasear sola por el patio del colegio. Siempre me ha parecido lamentable la imagen de quienes deambulaban solos por el colegio, como si nadie los acogiera, como si fueran fantasmas tristes.
Alejandra me miró y con fastidio me dijo:
-¡Exageras! Has convertido una pequeña broma en una montaña.
-No quiero hablar de ''tus bromas'', Alejandra, al menos ahora no.
-Bueno, pero piénsalo, ¿eh?, no fue para tanto, te ahogas en un vaso de agua. Tu padre, el optimista, debería darte una charla a ver si así aprendes a tener más sentido del humor.
Cuando dijo eso tuve ganas de responderle que necesitaba esa charla era ella para que entendiera que la amistad ''es un tesoro'' y no un monigote para manejarlo a su antojo, quise gritarle que de la última persona en el mundo de quien habría esperado que me sometiera a una gran vergüenza era de ella.. pero preferí quedarme callada. Siempre callada, siempre tragándome las palabras, una a una, aunque luego me provocaran indigestión.
Juancho también se mostró distante conmigo, como si se sintiera incómodo con la situación. Apenas nos saludábamos con ese gesto tímido de levantar las cejas. Odio esos gestos, a quién se le ocurrió que levantar las cejas es un buen sustituto para ''hola, cómo estas... ¿todo bien, Juancho?''. Yo habría querido acercarme y decirle que no me sentía nada bien por lo ocurrido, que yo en realidad no había querido decir que él no me gustaba, porque la verdad es que sí me gustaba un poquito. Habría querido encontrar la valentía para decir: ''Juancho, quiero que volvamos a ser los de antes''.
Fue una larga y pesada semana, la soledad había hecho lo suyo para tornarlo todo más gris y triste.
Yo no tenía amigos de repuesto, sin Alejandra y sin Juancho, estaba sola.
En casa mi hermano no era una persona con la que pudiera sentarme y contarle mis cosas, él vive en otro planeta y, aunque no nos llevamos mal, el silencio es el idioma oficial entre los dos.
De mi mamá... ni hablar, ella tenía una frase en la punta de la lengua que yo odiaba: ''¡Te lo dije!''.
Si me salía un grano en la cara... ''Te lo dije, eso te pasa por comer chocolates''. Si un zapato me apretaba en la punta... ''Te lo dije, se notaba claramente que te quedaba chico''. Si tenía pesadillas en la noche... ''Te lo dije, eso te pasa por quedarte mirando esas películas violentas''. Si cambiaba el clima del planeta... ''Te lo dije... por usar fijador en aerosol''.
Mi mamá siempre fue una mujer seria, silenciosa y realista. Mientras mi papá parecía vivir en las nubes, ella estaba anclada a la tierra. Ella llamaba a las cosas por su nombre, no era ese tipo de mamá dulzona o cursi que siempre busca la forma de suavizar los temas de conversación, ella evitaba los diminutivos y los apodos, siempre llevó ordenadamente las cuentas de los gastos de la casa y las deudas por pagar. Era tan organizada que parecía que todo estaba siempre bajo su control. En su armario los zapatos estaban organizados de acuerdo con su color, su forma, su material y su uso. Jamás unas pantuflas establecían contacto peludo con unos zapatos de fiesta. Los deportivos jamás invitarían a salir a las sandalias. Y las botas solo dialogaban entre ellas.
Era común escuchar a mi mamá decir cosas como:
-Manolo, ¿puedes traerme la libreta negra que tengo en el tercer cajón, el lado derecho, sobre un cuaderno rojo, junto a una caja de lápices, debajo de un pañuelo de seda con figuritas de animales?
Y mi papá... emocionado, bajaba las escaleras feliz y radiante, con un pañuelo en la mano (sin la libreta), diciendo:
-Este te lo regalé cuando nos conocimos , no puedo creer que aún lo conserves, ¡me acuerdo que lo usabas con ese vestido amarillo que te quedaba tan bien! Deberías usarlo otra vez, ¿no crees?
Yo hablaba poco con ella, no le contaba mis ''cosas'', pero intuía que ella las adivinaba. Durante esa semana en que la tristeza me invadía, creo que me habría gustado hablarle, pero sabía que mi ánimo no resistiría un ''te lo dije''. Ella me miraba de reojo y sonreía muy sutilmente, como dejándome saber su solidaridad. La única frase que pronunció una de aquellas tardes en que nos tocó almorzar a las dos solas fue: ''Sea lo que sea, María, no le des demasiado importancia, ya pasará''. Recuerdo que posó su mano sobre la mía durante dos o tres segundos y enseguida la retiró.
Mi mamá era una generala, y me alegro de que haya sido así, de lo contrario no entiendo cómo habríamos logrado agarra fuerzas y continuar caminando por la vida cuando todo se derrumbó.
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El Club Limonada
Teen FictionEn el mundo hay quienes encuentran a su <<media naranja>>, pero hay otros que solo han descubierto a su <<medio limón>>...ácido y amargo. María, Alejandra y Juancho son tres amigos que, ante su mala suerte en el amor, han dec...