Diecinueve

258 6 1
                                    

En los exámenes del segundo trimestre me fue fatal. Todas mis notas cayeron al subterráneo. No podría estudiar, mi cabeza no lograba concentrase en las tareas. En mitad de la clase, cuando algún profesor me hacia una pregunta yo tenía que levantarme y admitir con vergüenza que no había escuchado, que estaba perdida. 

Yo quería detener el mundo, dejarlo todo en suspenso hasta que mi papá se curara. A veces me parecía abominable que todas las emociones convivieran en el mismo espacio, sin respetarse unas a otras. Una mañana desperté casi vecina por la angustia, llegué a a la clase, me senté, y escuché  a una de mis compañeras que discutía con otra sobre el diseño del vestido que usaría para su fiesta de quince años: ''¡Es horrible, es horrible!'' Aún no sé si me haré un vestido con mangas o tirantes, y tengo el tiempo encima''. Otro de mis compañeros hablaba de fútbol: ''Lo único que le pido a Dios es que ganemos el domingo, si sumamos tres puntos quedaremos a la cabeza de la serie y nos aseguraremos un cupo para la copa''.

En 30 metros cuadrados hay espacio para todo, para el dolor por le enfermedad, para la angustia por unos tirantes y para la fe cristiana sustentada en un marcador del estadio. La vida es muy extraña, desquiciada a veces.

Ese día papá había despertado muy decaído, parecía un pajarito, no tenía fuerza para caminar ni para comer. Poco a poco sus propios discursos, los que él había diseñado con convicción para elevar el ánimo de sus clientes, se fueron desmoronando. Comenzó a dar señales de un pesimismo recientemente inaugurado en su alma. Se sentía abatido, a punto de dar su brazo a torcer. Por primera vez había confesado sentir miedo. Luego del almuerzo se quedó dormido y yo sentí temor de que sus ojos no volvieran a abrirse más. 

Me senté junto a él y sin saber si me escuchaba o no, le dije cosas que no quería dejar guardadas dentro de mí.

-¿Sabes? Yo creo de verdad que vas a estar bien, no me importa lo que diga ese médico, yo creo que un día de estos vas a despertar y te vas a levantar  cantando esas canciones horribles con las que nos despiertas a Carlos y a mí. Cuando eso ocurra te prometo que no me quejaré, me levantaré convencida de que es el mejor día de mi vida y repetiré el coro de ''sí, sí, sí, lo haré con el corazón y lo haré con convicción, sí, sí, sí, lo haré a todo pulmón y lo haré con emoción...''. He estado pensando en las muchas cosas que quiero decirte, no son cosas recientes, solo que no sé por qué las he callado, quizá porque pensaba que ya las sabías. 

Quiero decirte que eres un papá maravilloso y que me gusta mucho ser tu hija. Que aunque a veces no he entendido tu optimismo desbordante... ahora, más que nunca, quiero ser como tú. Aunque a veces he puesto cara de ogro cuando has entrado a mi cuarto a preguntarme cómo estoy... quiero que lo sigas haciendo siempre, por favor. Perdóname por mi cara de ogro, por mis ojos de Bart Simpson sin explicaciones y por decirte ''quiero estar sola''. Te prometo que ya no seré tan pesimista, leeré las buenas noticias del periódico y nunca más diré que Arjona me parece horrendo, patético, simplón, desabrido, tonto y aburrido. Yo sé que vas a estar bien, papá, lo sé de verdad. Ayer tuve una charla con Dios y me parece haberle escuchado decir que todo saldrá de lo mejor. Ahora descansa y recuerda que te amo. Te amo mucho.

El Club LimonadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora