Seis

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Sí, las cosas mas curiosas dan paso a historia inolvidables. Cuando Galindo, el roncador, ahuyentó al pobre Juancho de su carpa, él llegó a la nuestra y se convirtió en nuestro amigo, en  nuestro cómplice, en nuestro compinche.

Juancho era simpático, un buen conversador cuando entraba en confianza. Físicamente no se destacaba demasiado, no era ni alto ni tampoco bajo, moreno, de cabello y ojos oscuros, flaco, de brazos largos con microscópicos músculos que él exhibía como si fuera Mr. Universo. Con esa pinta no provocaba suspiros en nadie, pero él no perdía las esperanzas.

Era un enamoradizo patológico, tanto que parecía salido de una telenovela rosa. Todos los días llegaba al colegio, se acercaba a Alejandra y a mí, y pronunciaba una frase que de tan repetida ya había perdido toda credibilidad: ''Estoy enamorado, ahora sí es en serio, tengo que contarles...''.

Aquel día, en la segunda sesión oficial, sentados en los muebles viejos de la central de El Club Limonada, Juancho decidió contarnos su primera historia de desamor. Yo tomé mi libreta y, por un prejuicio que no he terminado de perdonarme hasta hoy, intuí que Juancho nos aburriría con una historia somnífera. Algo me decía que él se convertiría en el aburrido del club. Pero me equivoqué, desde que comenzó su relato hasta cuando yo escribí en el cuaderno la palabra FIN, Juancho no dejó de deslumbrarme con sus relatos. Aquel día escribí su crónica de una pelirroja, descolorida y pecosa llamada Samantha Smith. Esto fue lo que él dijo:

-En aquella época yo vivía en un condominio de veinte casas con una placita en el centro. No tenía demasiados amigos porque mis vecinos eran mucho mayores o mucho menores que yo. Los unos ya tenían bigote y a los otros sus mamás los paseaban en cochecitos. Yo tenía diez años y ningún vecino con quien jugar. Diez años y mis hormonas a punto de despertar. Diez años y la misma profundidad filosófica que una tarjetita del día del amor y la amistad.Recuerdo que todo esto ocurrió en la época de vacaciones, con lo cual mi aburrimiento se convertía en un pecado mortal.

Un día descubrí que a la casa 16 se había mudado una familia de norteamericanos, ''gringuitos'' decían todos en el condominio.

A través de las cortinas yo miraba los movimientos de los nuevos vecinos, cruzaba mis dedos para que apareciera pro ahí algún chico de mi edad con quien jugar fútbol y pasármelo bien. Vi entrar y salir al padre y a la madre, ambos eran muy blancos y rubios. Luego vi a un niño que debía tener dos o tres años, ese no era blanco, era blanquísimo, parecía salido de un comercial de detergentes con blanqueador. Su piel traslúcida dejaba ver cada vena y arteria. Era un candidato a fantasma, parecía el hermanito de Gasparín. Luego descubrí a Samantha, supe su nombre porque escuché a sus padres llamarla varias veces. Nunca hasta ese momento había visto una niña tan... tan... cómo decirlo, tan diferente a las demás. Sí, yo nunca había visto a una pelirroja. Lucía un poco mayor que yo, tendría 13 años, pero era menudita y, además, yo no me hacía problema con eso de la diferencia de edad.

A partir de entonces estuve mirándola a través de la cortina del comedor durante una semana completa. Gracias a unos binoculares de mi papá yo media sus pasos, había contabilizado cada una de sus pecas, había podido ver sus blanquísimos y perfectos dientes en una sonrisa angelical que me fascinaba, y estaba al tanto de sus horarios de juego. Luego de unos días decidí que el momento de abordarla y presentarme había llegado, preparé un discurso básico: ''Hola, yo me llamo Juan, vivo al frente y quisiera invitarte a jugar en mi casa, ¿te gusta el Monopolio?, es divertido, es un juego en el que compras casas y hoteles,¿te gustaría venir?''. Lo repetí mentalmente un par de veces y entonces, muy decidido, crucé la calle y toqué a la puerta de la casa de la familia Smith.

Samantha abrió,me miró con sus enormes ojos celestes y yo quedé hechizado. Sé que me puse como un tomate y de los nervios el discurso desapareció de mi mente. ¡Sí, mi cabeza quedó en blanco! Ella continuó sonriendo y me dijo:

-May I help you?

Angustiado, y sin tener idea de lo que significaba ese ''meyayjelpiu?'', respondí atropelladamente mientras me restregaba las manos:

-Hola, yo me llamo Monopolio, ¿te gustaría venir a un hotel?

Por suerte ella tampoco comprendió todo lo que yo le dije, entonces añadió:

-I'm sorry, but I don't speak Spanish. I'll call my mom, maybe she could help you, please wait a minute. Mom...

Me quedé paralizado, a los diez años yo era el peor alumno de la clase de Inglés, ¿lo recuerdan?, solo sabía decir hot dog y happy birthday. Huí de la casa de Samantha, apenas ella se alejó de la puerta y me refugié en mi habitación avergonzado por mi primera aproximación fallida. Desde ese día me dediqué a revisar mis libros de Inglés del colegio y los diccionarios Español-Inglés que había en casa, me propuse que aprendería ese idioma en un tiempo récord. Cuando veía a mi linda vecina pelirroja salir de su casa yo la saludaba de lejos y solo me atrevía a decirle ''Hello,Samantha''. Ella sonreía y me respondía dulcemente ''Hello, Monopolio''

Se me ponía la piel de gallina de solo imaginar el día en que yo le dijera ''I love you'' y ella me respondiera ''I love you too''.

En innumerables oportunidades intenté que ella comprendiera mis intenciones, pero Samantha sin lograr traducir mis frases románticas solo respondía: ''No, Monopolio, I'm sorry''.

Todas las vacaciones me pasé aprendiendo el ''verb to be'' y el ''present progressive''. Me aprendí las partes del rostro humano para poder decirle a mi amada Samantha que tenía unos hermosos blue eyes, un beautiful hair, una very nice nose y unos lips de ángel. Pero nada de eso fue necesario... el día en que me sentía más inglés que William Shakespeare y que el príncipe Harry, salí a la calle y vi que Samantha, la bella Samantha, se besaba en la puerta de su casa con un gordo horrible repleto de granos que se llamaba Kevin Gutiérrez y que también vivía en el condominio.

Cuando Kevin se estaba alejando, luego de su romántica despedida, me acerqué y le pregunté:

-Hola, Kevin, no sabía que hablabas inglés.

-Hola Juanchito, pues no, no lo hablo, no se ni una sola palabra.

- ¿Ah no?¿Entonces...?

-¿Lo dices por Samantha?

-Sí.

-Bueno, digamos que ella no habla español, yo no hablo inglés... pero ambos entendemos el idioma del amor. -Él sonrió y se fue caminando con aires de galán.

Yo, furioso y sin darme por vencido, crucé la calle y toqué bruscamente la puerta de la casa de Samtha. Ella me abrió, me miró con cierto disgusto y me dijo:

-¡No,no, Monopolio, no! Do you understand me? I said NO!

Ese día yo odié a Samantha, a Kevin, al inglés y nunca más volví a jugar Monopolio.

Luego de escuchar esta historia, el nombre de Samantha Smith quedó inscrito en la lista negra de El Club Limonada.

Alejandra se reía, Juancho exhibía su rostro furioso y yo, en un intento de ser solidaria, solo atiné a decir:

-Pero por lo menos aprendiste inglés.


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