XII

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Una semana antes de su cumpleaños número diecinueve, Bucky llega a la librería, ahora llamado “Hall & Sccader”, justo cuando Steve lo está cerrando.
 
—¡Hey! Espera, quiero comprar un libro —dice fingiendo una voz altanera.

Steve alza la mirada y, sin expresión alguna, termina de asegurar la cerradura.

—Vuelva mañana, señor, abrimos a las ocho.

Bucky ríe y contiene el deseo de acercarse un poco más, solo un par de pasos más para abrazar a su amigo hasta hundir la nariz sobre aquel cuello oculto por una chalina azul.

—¿Qué tal las ventas de hoy? —pregunta en cambio, mientras oculta las manos en los bolsillos de su abrigo.

—Fue un buen día, vendí la enciclopedia. 

—¿La que podrías usar como banco para alcanzar otros libros?
Steve responde con un empujón, pero sonríe de esa forma en la que Bucky se siente enamorado y malvado a la vez. Es un poco enloquecedor, pero le da esas tiras eléctricas que lo distraen con facilidad. Aunque no lo suficiente para notar las manos desnudas de su mejor amigo.

—¿Y tus guantes? —señala aun sonriendo.

—No secaron. —Steve se encoge de hombros.

Bucky rueda los ojos, se quita los suyos y los empuja hacia el pecho de Steve, quien hace malabares para sostenerlos. Sin agregar una palabra, y porque sabe lo que viene, Bucky se gira para abrirse paso.

—¡No quiero los tuyos! —Steve protesta detrás de él.

Bucky sonríe y rueda los ojos de nuevo.

—Y yo no quiero que te enfermes —responde arrastrando las palabras.

Steve lo alcanza, sin detener el paso le tiende los guantes. 

—Bucky.

—¿No dijiste que comprarías unos nuevos? —Y sin dejar tiempo para una respuesta—. Ah, seguro esperarás al mercado de pulgas.

—Cuestan menos.

Bucky inhala y exhala una gran cantidad de aire y esconde ambas manos en los bolsillos de su abrigo. Siempre es lo mismo con Steve.

—Solo úsalos esta noche, Punk —insiste con toda la paciencia del mundo.

—Pero…

Bucky lo mira, Steve le devuelve la mirada. Ninguno pestañea. Es como si estuvieran en una lucha mental. Al cabo de un largo minuto, Steve chasquea la lengua y se vuelve.

—Eres imposible —le reprocha. 
Bucky echa la cabeza hacia atrás y suelta una fuerte carcajada. Incluso un par de transeúntes a media cuadra de distancia se giran para echarles una mirada curiosa.

—Serás descarado—le devuelve Bucky sin dejar de reír.

—¡No soy descarado!—espeta Steve al tiempo en que se pone los guantes con poca delicadeza. Les queda sueltos.

Pero para Bucky es como ver un rompecabezas armado a la perfección.
Caminan a un palmo de distancia, mientras conversan y bromean. Por momentos, sus miradas se cruzan tal cual dos cargas eléctricas forman tormentas. No obstante el tiempo es corto y cruel, porque llegan al edificio de Steve.

—Entra a cenar —invita Steve, mientras sube los escalones de la entrada.

Pero Bucky se detiene al pie de la escalera y deja caer una mano sobre el barandal.

—Gracias, pero les dije en casa que llegaría para la cena —responde apretando una falsa sonrisa.

Steve entonces se detiene, le dirige una mirada sobria. Quizá solo son las sombras o el viento cada vez menos compasivo, que lo hacen ver más delgado y frágil.

—Entiendo —murmura Steve, sus labios se mueven, pero no llegan a sonreír.

Bucky suelta aire por la nariz, aprieta el barandal al tiempo en que el anhelo golpea exigente.

—Oye, ¿podemos ir a algún lugar el domingo? —pregunta alzado el mentón, apoyándose en su altivez—. Puedo invitarte un chocolate caliente o unos tragos. Depende.

—¿Depende?

—De si donde vamos venden tragos o chocolate caliente.

Steve se ríe y niega con la cabeza, pero esta vez hay un destello en sus ojos azules, como la de un relámpago que corta la oscuridad.  

—De acuerdo —responde.

Sus miradas se entrelazan, acompañados por ruido de la calle y la danza de las luces de algunos autos al pasar. Quizá solo ha pasado un minuto, pero Bucky siente como si estuviera robando tiempo, puede que incluso al mismo Dios. Sin embargo, Bucky robaría el tiempo que sea necesario para detener el mundo y poder besar a Steve en esas escaleras de madera sin pintar.

—Debo irme, saluda a Sarah —dice al fin—. Abrígate, eh.

—Claro, mamá.

Bucky sonríe de lado, alza una mano para despedirse antes de girar sobre sus talones. Media cuadra mira sobre su hombro y encuentra a Steve en el mismo lugar, con la mirada fija en él. Volverse al camino se convierte en alfileres clavándose en sus sienes. Suspira, y el vaho se extiende; espera que el domingo tenga un clima mejor.




★★★

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