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Con las manos en los bolsillos por el frío, Bucky alza la vista al cielo al sentir la nieve en su rostro. La luz del sol aun no desaparece, pero los pequeños copos de nieve son aviso que nevara toda la noche, y para el amanecer, el blanco será el color principal en las calles. Aquello atrae un recuerdo a la mente de Bucky, una mañana de nieve cuando, el día que conoció a Steve. Aquella vez, Bucky solo tenía ocho años, jugaba a guerra de bolas de nieve con sus amigos en una calle cercana a su casa, cuando se percató de un pequeño niño totalmente abrigado sentado en un pórtico.
Bucky pensó que se trataba de un niño nuevo, un pequeño niño
nuevo. Entonces, un par de minutos después, al notar que el niño se veía interesado en el juego, decidió invitarlo. Hasta ahora recuerda como los ojos azules del pequeño
niño brillaron de emoción, cuando le dijo que se uniera a jugar.
Luego supo que el pequeño niño en realidad no vivía en esa calle, sino
estaba esperando a su madre, una enfermera, que estaba visitando a un paciente en ese edificio. Más
importante, que el pequeño niño era mucho más frágil de lo que se veía.

Fue un par de semanas después, en que volvieron a encontrar. Ambos acompañados por sus madres. Bucky había propuesto a Steve jugar con la poca nieve en el
pavimento, pero la madre del otro niño advirtió “otra neumonía”
Aquella vez, vio por primera vez a Steve sonrojarse.
Pero su verdadera amistad surgió el día que regresaron a clases, y ambos niños descubrieron que siempre estuvieron en la misma escuela, solo que en grados diferentes.

Desde entonces nunca se separaron. Hace once años.

Ensimismado en sus pensamientos, Bucky llega a su piso. Al entrar, siente de inmediato el aroma de sopa de res y el calor, la sensación es reconfortante. Comienza a quitarse el abrigo, cuando al inclinarse levemente, encuentra a Steve sentado en el sofá de la sala hablando con su hermana menor.

—Steve —murmura, alzando los ojos, aun con la mano en la solapa de su abrigo. El mencionado levanta la vista y sonríe, sostiene en sus pequeñas y delgadas manos una taza humeante de lo que probablemente es café.

—Hola Bucky, vine a visitar.

—Me alegro —Bucky oculta su rostro, terminado de quitarse su abrigo e ingresar a la sala.

Saluda a su madre, Winifred, que aparece brevemente en la puerta que da a la cocina, y a su hermana menor que está sentada cerca a Steve, con un plato de galletas en su regazo.

—Le dije a Steve —dice la niña ni bien se ha sentado junto ellos, tiene los cachetes inflados de galletas— que le invitamos a la cena de navidad.

—Chismosa —Bucky mira a su hermana haciendo una falsa sonrisa donde se nota su molestia, ella se ríe —te lo iba decir —ahora se dirige a Steve, frotándose las manos en sus rodillas— pero como no nos hemos encontrado en más de una semana…

—Entiendo —responde Steve tomando un sorbo de su café.

Y así había sido, ambos habían encontrado trabajo por fiestas, donde sus horarios habían cruzado por ser hasta altas horas de la noche. Bucky está por decir algo más, cuando escucha a su madre llamar para cenar.

Durante la cena, Steve les cuenta sobre que es su día de descanso y
también el de su madre, pero que ha dejado que su madre duerma todo el día como hace mucho no se permitió. Entonces cuando Steve avisa que se retira, Winifred le da en un recipiente sopa para su madre.
Los ojos de Steve brillan de agradecimiento. Finalmente se despide, y nadie dice nada cuando
Bucky indica que lo va acompañar.

Caminan por las calles, con la nieve sobre ellos. Bucky sonríe cuando ve como el cabello de su amigo comienza llenarse de copos de nieve, incluso cuando su cabello castaño el blanco es más notorio. Bucky le habla sobre el recuerdo de la primera vez que jugaron.  Y Steve declara que se sintió feliz cuando Bucky lo invito a jugar, que nunca alguien lo había hecho. Entonces ríen como una sinfonía, tranquila, una que en el pecho de Bucky se infla de felicidad.
Al llegar al piso de Steve, este calienta la sopa y lo lleva a la habitación de su madre. Pero ella lejos de quedarse en su cama, se levanta para saludar a Bucky, incluso con Steve repitiendo que vuelva a su cama. Pero la tequedad de Steve es herencia de su madre. Bucky ríe, y ve como Steve se da por vencido y le cuenta a su madre sobre la invitación de navidad. Conversan un poco más, hasta que la madre de Steve decide irse a dormir, dejando solo a los dos jóvenes.

Es solo unos segundos de duda, cuando Bucky está siguiendo a Steve hacia la habitación de este, cierra la puerta detrás de él, y un segundo después Steve está alzando su cabeza al tiempo que él se inclinan para fusionar sus bocas.

Bucky no lo piensa, sujeta a Steve con ambos brazos, tratando de ser lo más silencioso posible, aun cuando la habitación de Sarah está a dos habitaciones de esta. No hay forma de detenerse. Steve rodea su cuello con ambos brazos, permitiendo que pueda levantarlo ligeramente. Y no pasa ni un minuto cuando escucha a su mejor amigo suspirar, gemir bajito, muy bajito cuando su mano toca bajo la chaqueta.

—Te extrañe mucho —Bucky declara sin reparos, no es como si fuera a empezar a prometer cursilerías, pero hay palabras que salen de él sin filtro.

—Buck.

Y otro beso, el beso se profundiza, ya no es como hace casi dos años cuando empezaron esa relación en que al inicio apenas pegaban sus labios tímidos e inexpertos. Ahora es abrazador, atrevido. Es como si el tiempo haya convertido una diminuta estrella en el sol de un sistema.

Bucky avanza unos pasos, levantando Steve hacia la cama, lo empuja para que caiga sobre su espalda y él encima. Entonces Bucky suelta aquella suave boca, y comienza su ataque hacia el cuello blanco, sube hacia las pequeñas orejas y lame sin
pudor. Siente a Steve estremecerse.  Entonces su mano que viajaba por debajo de la chaqueta, sube hacia el pecho, mientras la otra hace el juego de quitar los botones de
la camisa. Sabe que Steve se está dejando hacer, y que lo está disfrutando, cuando lo escucha
jadear, cuando siente aquéllos dedos alborotar su cabello corto con las manos. Entonces cuando logra
liberar la camisa y dejar la piel expuesta, besa también el pecho y baja un poco más, hasta tocar
los pezones con sus labios, recordando la primera vez que lo hizo, y que la extrañeza se había
evaporado al escuchar el gemido de Steve, tal como ahora lo está haciendo. Y aquello lo caliente aún más, tanto que su mente empieza deshacerse de recuerdos o pensamientos, para solo avanzar y rodear todo lo que hay en frente. Así que besa más y sus manos tocan más, bajando, lamiendo, hasta que se topa con la dureza sobre los pantalones de Steve. Se paraliza. Se paraliza al mismo tiempo que escucha el fuerte gemido de Steve en su oreja derecha. El cuerpo de Bucky, empieza a reaccionar, pero también su cabeza. Le tiembla la mano, su mente viaja a mil, y el alma parece querer irse en un suspiro.

—Bucky... —escucha, la voz de Steve parece perderse. Ahogarse. Como si le hubieran quitado todo el aire de los pulmones. Es como algún ataque de asma, pero este no le causa preocupación, aunque si algo parecido al miedo.

Es alerta. Escape.

Se aleja, dando un salto hacia atrás, soltado el agarre y medio cayendo de la cama, apenas sosteniéndose del borde.

—Lo siento —se apura a decir, y aparta con su otra mano los mechones de su cabello castaño.

Observa a Steve apoyarse en sus codos, levantándose ligeramente, esta colorado, su cabello rubio
desordenado. Bucky se muerde el labio, sintiendo el tirón de lujuria bajo él.

—Está bien —musita Steve, aun con la respiración irregular y los labios rojos— Bucky, yo…yo también lo quiero.

Bucky baja la vista, no responde. No dice que también lo desea, y mucho, pero que una parte de
él grita que no.

Una parte profunda de él le recuerda que está mal, que debe parar, antes que pierda el rumbo de regreso.

DiecinueveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora