XV

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Al día siguiente es domingo. Bucky se dirige a la casa de Steve después del desayuno. Es recibido por la Señora Rogers, quien lo invita con una sonrisa a pasar de las ojeras. Bucky puede saberlo incluso antes de cruzar el umbral.

—Ha empeorado, ¿verdad? —pregunta quitándose la gorra.

—Apenas pudo dormir, pero acabo de darle antibióticos y está descansando.

—¿Qué es? —titubea.

—Neumonía.

Neumonía. La primera vez que vio a Steve con esa enfermedad no había podido dejar de pensar que el nombre se asemejaba al de un demonio. Luego, le había puesto un rosto macabro y burlón, uno que acosaba a Steve hasta dejarlo sin fuerzas para defenderse, y Bucky incapaz de espantarlo.

—Mi madre le envía un poco de patatas. —Le ofrece a la señora una bolsa de tela.

Sarah acepta y agradece con una sonrisa, mientras camina a la cocina, le pregunta sobre su familia. Charlan un poco. Bucky le cuenta sobre su nuevo trabajo, de nervioso que se siente por la cantidad de cuentas que debe llevar.

—De seguro lo harás bien, hijo. —Sonríe la mujer—. Steve suele decir que eres muy bueno con los números.

—Les agradezco, pero creo que son más que matemáticas.

La señora Rogers hace un movimiento con la mano, como si espantara esa idea.

—Eres inteligente y podres adaptarte.

Bucky sonríe y pide permiso para ver a Steve. La mujer se ríe, aludiendo de que cuando era niño, después de la segunda visita, entraba sin más. Bucky responde que Steve jamás ha entrado a su habitación sin no pedir permiso a su madre cuando estaba presente. Hay cosas que se transfieren solo con el ejemplo.

Encuentra a Steve durmiendo boca arriba y bajo sabanas limpias. Tiene sudor en la frente y su respiración le recuerda a una locomotora. Bucky inhala una bocanada de aire antes de sentarse en la silla cerca a la cama. Observa a Steve en silencio. Desea que despierta sano; desea que no empeore.

Una hora después ayuda a la señora Rogers a cocinar. Hacen estofado de carne seca, y un caldo de patatas para Steve. Almuerzan mientras la señora Rogers le cuenta sobre algunos cambios en el hospital, las nuevas áreas médicas, los turnos y algunas dirigencias extras. Bucky la escucha con atención, pero luego se ofrece cuidar a Steve para que ella pueda descansar.

—Espero estés soñando algo bueno —le dice a Steve cuando vuelve a la habitación.

Más tarde, Steve despierta. Toma un par de bocados del caldo que Bucky le ofrece para luego vomitarlo. Bucky apenas logra alcanzar el bol bajo la cama.

—No puedo —murmura Steve cuando termina de arrojar. Tiembla como una hoja en otoño.

—Tranquilo, estarás bien, ten un poco de agua —conforta Bucky, y le frota la espalda.

Pero Steve niega con la cabeza, toce y gime como si fuera a vomitar de nuevo. Cierra los ojos con fuerza y los vuelve abrir, después murmura:

—Está nevando.

Bucky le insiste beber agua, y Steve apenas le da un par de sorbos antes de volver a recostarse.

—Está nevando —repite Steve, con los ojos cerrados y un suspiro— todo es blanco...

Se vuelve a dormir entre fuertes ataques de tos y murmullos, mientras Bucky le acaricia la frente y coloca paños fríos cuando la fiebre vuelve a subir.

—No le conté aun a mis padres sobre el nuevo trabajo —comenta Bucky en el silencio—. Si ya se, dirás que debí decirles, pero no sé, quizá sea mejor cuando me estabilice ahí.

Imagina a Steve poner los ojos en blanco, acusándolo de dramático; discutirían por quien es más dramático y por no estar de acuerdo aun cuando ambos son idealistas. Luego reirían hasta cansarse. Entonces, más calmados, Steve lo abrazaría y le diría las palabras que necesita.

Como lo extraña. Y solo es el primer día.

*****

Bucky llega al local de su nuevo empleo cuando aún está cerrado. Espera casi media hora cuando uno a uno aparecen los demás trabajadores, la mayoría le echan una mirada, pero terminan por ignorarlo. El dueño llega último, abre el local y le dice que lo siga hacia fondo del lugar. Hay olor a gasolina, autos viejos y herramientas desparramadas en el camino hasta una habitación sin ventanas y una puerta de metal oxidado.

—Esta será tu oficina —indica el hombre. Abre la puerta para mostrar el interior—, y este tu trabajo.

Bucky no se había equivocado en su predicción. La habitación está repleta de cajas con folios y libros contables, unos sobre otros, e incluso algunos arrinconados con moho. En un rincón hay un escritorio, acompañado por un estante amarillento y una silla de esponja que parece haber sido desgarrado por un animal. Todo está cubierto de polvo.

—Quizá hoy puedas empezar con la limpieza y el orden —le dice el jefe—. Pero necesito un avance para mi reunión con los proveedores la próxima semana.

—Desde luego, señor Jones.

—Dime Señor Alan o solo Alan –le responde, al tiempo en que le tira las llaves—. A la una es hora del almuerzo. Antes de irte, debes avisar.

Bucky asiente como respuesta. Cuando el dueño se va, suspira y le da otra mirada a la habitación. Se da cuenta de que también hay telarañas. Espera no encontrar nidos de ratones hechos de hojas contables. No los encuentra. Pasa la mañana limpiando, sacudiendo y ordenando, pero se convierte en autómata por momentos cuando su mente lo lleva a Steve. ¿Habrá mejorado? ¿Si quiera un poco?

En la hora del almuerzo, el dueño lo presenta con todo el personal. Los mecánicos son dos irlandeses, un italiano y un ruso; el de limpieza es un adolecente que ha dejado la escuela. Este de inmediato le dice que también será un mecánico. Más tarde, Iván, el hombre ruso, el mismo que se rio de él hace unos días, le cuenta que jamás han tenido alguien que vea las cuentas. Solo hubo gente apoyando de vez en cuando, siendo el más frecuente, el sobrino del dueño, pero se había ido a estudiar a DC.

En la noche, después de su curso de Mecánica, se dirige a la librería de Hall & Sccader para comprar un libro de contabilidad. Por un momento piensa que encontrará a Steve, pero es Sccader quien lo atiende. Llega a la casa de Steve con una oración silenciosa, pero la señora Rogers le dice con ojos llorosos que su hijo ha empeorado.



















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