II

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Los niños corren por las calles, con chispas brillantes en las manos, como si jugaran con estrellas fugases. La nieve cae con suavidad, y se puede oler el aroma de pavo recién horneado desde las panaderías, el cual ese día alquilan sus hornos para el público. Hay adornos en rojo y verde, se escucha villancicos de coros y luces navideñas en algunas casas que pueden permitirse ese lujo. Han sido tiempos difíciles, pero en navidad, la gente recuerda que tienen a su familia o amigos con quien pueden compartir un día más.

Bucky y Steve caminan llevando el pavo que el padre del primero mando a hornear, aunque más bien Bucky es quien carga el pavo y Steve un par de bolsas con compras. Aunque no para de quejarse todo el recorrido de que también puede cargar el bendito pavo.

—Quien carga a quien —Bucky bromea, y recibe como respuesta un gesto disgustado de su mejor amigo, algo que le hace reír aún más. Pero cuando llegan a la puerta del piso, vuelve la vista hacia Steve y él le regresa una sonrisa. Ríen animados. Desde niños, en ninguna navidad han pasado disgustado uno con el otro, y si lo estuvieron ese día se reconciliaban.

—No te dije, pero te vez bien con ese traje —Indica Bucky sin tocar la puerta.

—Pensé que habías dicho que estaba usando un costal de papa —responde Steve rodando los ojos.

—En realidad te vez … muy bien.

Esta vez, Steve no le responde, baja la mirada apretando sus labios en una sonrisa.

—Me gustaría besarte —continua Bucky hablando bajito. Deleitándose con las mejillas rojas de su mejor amigo. Al tiempo que algo misterioso revolotea en su estómago. Es enserio cuando dice que quiere besarlo. Realmente desea hacerlo. Pero no lo hace, porqué hay gente que puede verlos, porque no deben, porque no debe. Porque solo puede hacerlo cuando nadie ve, en secreto, como cuando lee a Oscar Wilde.

Golpea la puerta con un pie, y casi de inmediato es recibido por su hermana menor.

—Al fin el pavo —ríe ella, saltando para darles paso, desapareciendo por el recibidos hacia la sala.

Bucky camina seguido por Steve hacia la cocina, y ahí encuentran a sus madres, que los miran apenas entran.

—Al fin —dice Winifred, con el rastro de preocupación que le recuerda a Bucky sobre cómo actúa cuando se trata de almuerzos o cenas con invitados.

—El panadero dice que el pavo se quemó las piernas —dice Bucky dejando el pavo sobre la mesa,
sentándose en una silla, dejando caer un brazo sobre el respaldar de esta. Mientras que recibe un codazo de Steve, una mala cara de su madre, escucha a la señora Sarah reír. Y Bucky voltea hacia ella para sonreírle. Adora a esa mujer, es la única que se ríe de todos sus chistes.

—Sí y te daré esa parte —dice su madre, sacando las papas cocidas de su pequeño horno, Sarah se levanta y empieza sacar trastes, mientras Steve saca las compras, pan y una botella de vino.

—Oh, querido, no tenías porque —dice Winifred, apenas lo ve. —Bucky… —reclama.

—Le dije que no, pero ¿alguna vez te mencione que Steve es terco?

—Está bien, Winy —Sarah interviene, con una leve sonrisa, y pestañas caídas que se nota su grosor, algo que  Steve también a heredo de su madre— le dije que lo comprara, una vez al año no hace daño —bromea.

Entonces Bucky quiere reírse cuando su madre se pone colorada y sonríe agradecida.

—Bueno, George también compro una botella, al parecer nos vamos a emborrachar hoy, beca tendrá que dormir temprano— explica Winifred, sacando el puré de papas de su cocina.

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