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Tu vida de casada con el austriaco es de fantasía, un marido atento, detallista; qué tenía sus obvios defectos que procuras amar.
Uno de ellos son sus celos, obviamente no tóxicos, pero aún así König se amarga al sentirlos puesto qué cree que son una carga para ti.
Cuando en realidad, es más que obvio que te calienta lo posesivo y territorial que es contigo.
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—¡Amor, están tocando el timbre!— avisaste a tu marido mientras cocinas unas buenas supremas de pollo con puré de papas. No tuviste que repetirlo más de una vez puesto que él de mayor altura ya estaba en la puerta atendiendo al ajeno.
—Ja?—
El pobre repartidor se quedó con el corazón en la boca al ver tremendo hombre el cuál debía de encorvarse para no chocar contra el marco superior de la puerta.
—Vengo a entregarle algo a la señorita [___, ___]— comentó algo dudoso releyendo al destinatario para luego señalar un ramo de rosas.— ¿Es aquí dónde vive?—
König lo miró seriamente desde su altura encorvada tomando las rosas en mano, firmando la entrega y sin dejar al pobre repartidor asustado refutar, le cerró la puerta en la cara
