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—König, amor, ¿no crees que hace un poco de frío acá?— Hablaste abrazandote a ti misma.—
—¿Acaso el frío interesa cuándo estamos juntos? Mirá éstas vistas.— señaló tomándote entre sus brazos.
Ocultaste tu pequeño cuerpo bajo el porte del austriaco que te cubrió en su saco, sentiste los pastizales rozar tus piernas y el viento fresco del prado ondear tus cabellos, era tan reconfortante sentir su calor corporal, su presencia en ti.
Qué lástima que era compartida.
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Con tiempo y amor, en tal prado construyeron una hermosa casa, y en tal lugar, dichoso cómo su favorito para descansar juntos, establecieron un techo vacío junto a unas sillas para disfrutar de la serenidad aportada por las vistas.
Amabas ese lugar, tan pacifico, y amabas a tu hombre, tan romántico, tan amoroso, tan leal.
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