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—Mierda, te mueves demasiado Schatz.
Te estremeciste, no sabías ni cómo habías terminado en la situación en la que estabas, sentías su fornido brazo rozar tu cadera para aferrarse al marco de la ventana del auto, tú, sentada en su regazo percibías su lenta pero densa respiración en tu cuello, algunos cabellos casi plateados que sobresalían por los agujeros de su máscara te hacían cosquillas en tu oídos.
—¿Realmente no me recuerdas, Schatz?
Susurró en tu oído, casi podías sentir como sus palabras se arrastraban hasta la punta de su lengua, te parecía tan mágico, pero te desconcertaba, ¿Quién era éste hombre? Y por qué provocaba ésto en ti.
Apretaste tus muslos, refregandolos un poco entre si en el proceso, él más grande bajo la vista, sus orbes verdosos, de un verde lima, se abrieron en par, no le recordabas, pero tu cuerpo sí, miró al chófer, en realidad, al soldado al mando, éste miraba disimuladamente el suceso entre ustedes dos, qué, con una sola mirada de su superior pareció temblar y enfocar su vista en el frente.
König paseo su mano por tu muslo izquierdo, y forzó tus piernas a abrirse, su mano que antes se encontraba agarrada al marco de la ventana, ahora oprimía tu estómago contra su abdomen, diste un respingo ansiosa, estabas confundida, ¿Por qué no te disgustaba el toque de aquel hombre?
—Ya, quieta.
Su voz perpetró en tus oídos una vez más, una voz gutural, ronca, profunda y algo nasal, parecías estúpida, idiota ante él, sumisa.
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