Mis rojos tacones de aguja resuenan en cada pasillo del Hotel Nacional, las miradas lujuriosas de los presentes no desestabilizan mi equilibrio ni la belleza de mi postura de chica Playboy. A algunas personas les crea una sensación de misterio el verme caminar como modelo de pasarela; otras sin embargo solo sienten asco y repulsión en mi presencia; esto último no me afecta. Soy una de las tantas criaturas humanas que aprenden duramente a separar lo personal de lo profesional, que ha aprendido a existir en medio de fiestas y de guerras. Sólo me preocupa la opinión de la persona que se encuentra trás mi espejo, y sólo a ella le doy explicaciones. Esa es mi consigna y a ella me aferro. Mi profesión, la más antigua del mundo, desestima cualquier enseñanza aprendida a lo largo de mi carrera como estudiante. La dura vida que me ha tocado vivir es la culpable de mi oficio; ella y mis aspiraciones son las únicas culpables. Mi currículo abarca tantas páginas que incluso personas de mayor nivel (o por lo menos creen serlo) envidiarían cada palabra escrita en éste; licenciada en lengua, economía y relaciones públicas, esto y más ejerzo en mi agobiante trabajo, sinceramente me declaro una multioficios del amor,una cubana sin patente que administra su propio negocio. Me defino a mí misma como una dama de compañía, prostituyo en cada relación todos mis sentimientos, volco lágrimas, risas, miradas, amor en cada actuación; una Marilyn Monroe en cuerpo y alma. Eyaculan sobre mí, países, idiomas o posturas políticas; nada me importa, las únicas posturas que practico son las del Kamasutra el libro de cabecera de cualquier mujer de mi profesión. Sueño todos los días con dejarlo, cumplir cada expectativa que de pequeña tuve, hablar, reír y poner todos mis sentidos en las cosas reales y duraderas de la vida, aquellas que no tienen precio y que aún hoy, a pesar de mis incontables sacrificios, no he podido obtener. Amo mis raíces, mi café, mi música, mis calles; detesto la pobreza, el hambre y las falsas esperanzas. Todo esto es lo que me ha llevado a este punto intermedio que denomino como mi centro de mando, donde yo y solo yo soy dueña de mis días. Creo que algún día mi cara y mi cuerpo pagarán, sin lugar a dudas, todo lo que de ellos he conseguido(si no logro antes vestirme de novia con un vestido cubierto de dólares). Llegado a ese punto, en donde sacie todas mis necesidades, me jubilaré y viajaré con mis ahorros a otra isla del Caribe donde yo sea la turista acosada por las hienas de las playas en busca de "puntos fáciles". Me debo a mí misma tantas horas, tanto tiempo, que evito recordar los viejos cuerpos que han costeado mis trajes caros y mis zapatos de raros nombres. Eso sí, recuerdo cada techo, cada cuarto, cada olor, cada historia que cuento. No me permito estar triste, soy dueña de mi cuerpo, soy dueña de mi economía y eso me gratifica, trafico diariamente gemidos, gritos y palabras obscenas, a cambio recibo grandes recompensas. Nada me frena en esta interminable batalla por lograr mi cometido; no me valen las excusas, cobro por cada segundo de mi tiempo ¡por cada milésima de segundo! He aprendido con el paso del tiempo que a la hora de nuestra inevitable partida, llegará ante mí esa castigadora nata y me expiará de todos mis pecados, si fui buena o mala no importará ya, al fin y al cabo todos seremos simples abonos de esta tierra que tanto nos castiga... por lo tanto seguiré hasta que solvente cada sueño, alborotando cada pasillo de hotel con el sonido que a mi paso dejan, los despampanantes tacones rojos.