Crecí entre muerte y allí aprendi el dolor de la familia ausente, los códigos innombrables, los silencios obligados y los rostros pintados. La propia muerte calló mi sentir ante el absurdo y fui otro zombie condenado a la inercia... pero la vida antes ausente, callada y temerosa resurgió entre las cenizas del fracaso continuo, de los sinsabores, de las prohibiciones, de los esquemas y me aferré a la vida aun cuando vivir no era el camino correcto, me aferré cuando todos decían que no era vida que era sólo un espejismo, la pintura calcada de un oasis en medio del desierto. ¿Y qué podía hacer yo?
¿Pausar la muerte?
No podía yo sola pausar la muerte porque cada muerte es distinta; cada uno carga con la suya por costumbre, por miedo, por ignorancia o por tontos. ¿Y qué es la muerte? -se preguntarán-La muerte (mi muerte) es inmovilidad, silencio perpetuo y la oscuridad eterna. Es el castigo a las ansias de vivir, de soñar, de amar, de sentir, de ser...
Una muerte asumida por génetica o por aquella estupidez de la zona geográfica.
La muerte es una puta barata, la muerte es candil de la calle y oscuridad de la casa. La muerte se empeña en que vivas esperando por ella y des-viva por ella.
La muerte es el imperfecto y punzante molde al que nunca puedo adaptarme porque quiero desbordar del esquema y ser Yo.
La muerte es un cadáver putrefacto que con su hedor me pudre por dentro y poco a poco me afixia, me retiene, me inmoviliza, me silencia.
Sí, me silencia; a la muerte le encanta el silencio, los fieles súbditos, sus cadenas, su grillete y su trono.
La muerte es la Puta Ama del Infierno.¿Será eterna esta muerte? -a veces me pregunto-
¡No importa ya cuánto dure esta Muerte!
¡Es mi Muerte!
Sólo yo puedo decidir si huir de ella o abrazarla.