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Las estrellas brillaban sobre la cuidad blanca, las calles estaban vacías, la ayudante de la sanadora y sanadora personal de la casa del linaje de senescales caminaba con un cesto en sus manos apresurada hacia la casa de curación.

Recién había sido llamada para atender a un par de viajeros del norte ya que uno de ellos se encontraba mal herido. Apresuró su caminar y giró con el cesto estrellando la puerta en la dura pared de piedra.

—¡Eryn! —exclamó una voz desde el otro lado del la casa, la sanadora en jefe estaba agitando su mano llamando a la muchacha quien casi de inmediato pareció trotar hacia ella.

Apartó la fina cortina de seda y se metió en el estrecho espacio, al acercarse dejó el cesto en una de las mesas diminutas de madera acomodadas cerca de la cabecera y rodeó rápidamente el lecho pequeño casi diminuto también.

—¿Que le ha pasado? —preguntó la joven y su mano viajó hasta la frente del joven que tiriraba de frío pero estaba ardiendo a su vez.

—Una brisa de Mertd —respondió la anciana quien rebuscada cosas en el cesto de la joven y cuando finalmente encontró lo que quería le sonrió a la menor— con esto estará bien.

Y entonces la mayor empezó a cortar hierbas con sus manos dejando caer los trozos en un cuenco de madera, Eryn estuvo atenta mirando a la mayor trabajar mientras ella acomodaba la manta sobre el joven quien empezaba a balbucear cosas.

—Ve afuera Eryn, hay un joven en la banca del fondo, trae un semblante demacrado por lidiar con su amigo desde los campos de Anórien, preparale un té de hierbas —ordenó Namde la sanadora.

Eryn se incorporó y asomó la cabeza hacia afuera buscando mirar el final del pasillo que formaban los pequeños cubículos de curación.

—¿Namde?, ¿Segura que no puedo ayudar con algo más aquí?, ¿Estará bien? —cuestionó, su sanadora en jefe le había inculcado esa preocupación por un paciente, por que no se le abandonara hasta saber que estaba fuera de peligro.

—Con que cumplas mi anterior petición es de gran ayuda —exclamó mientras colocaba agua en el cuenco— estará bien Eryn no desconfiez de tu sanadora.

La menor asintió y finalmente salió. Caminó con tranquilidad en busca del joven, acomodando su vestido y acomodando el pañuelo que sujetaba su cabello. En la vieja banca de madera en mal estado había nada más una capa y una espada, pero simplemente eso.

Eryn con miedo miró a su alrededor pero no encontró a nadie, dispuesta a continuar su búsqueda en otro sitio del salón empezó a caminar, entonces una brisa le tocó la espalda y sintió la presencia de alguien.

—Disculpe mi imprudencia, mi señora —la voz a sus espaldas la sobresaltó e inmediatamente volteó a mirar— ¿Trancos?, ¿Como está?.

Ella curvó el entrecejo mirándolo, él tenía el cabello rubio cual resplandeciente oro, sus ojos un celeste casi grisáceo, sus labios parecían dos finos y pequeños pétalos rojos de delicadas rosas y su piel era blanca como la nieve.

—Perdone mi señor, no estoy enterada de su situación, pero mi líder me pidió que lo atendiera a usted —exclamó y el joven rápidamente recogió su capa y espada— venid por aquí porfavor.

Mientras caminaban ella giró un poco su cabeza hacia su derecha donde un par de damiselas susurraban mientras acomodaban sábanas blancas en un cesto, Eryn entendió todo cuando siguió el trazo de la mirada de ambas. No la miraban a ella sinó al viajero.

Ambas mujeres suspiraron distantes al verlo voltear hacia ellas y Eryn negó con disimulo.

Era cierto que a la edad en la que se encontraban las ayudantes en la casa de curación buscaban a alguien que las cortejara, todas tenían veintiún años incluyendo a Eryn, pero esta no buscaba a nadie que la cortejara.

HEREDERO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora