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De lo primero que fue consciente fue de estar mirando a través de una ventana que se abría hacia un cielo azul poblado por grandes y esponjosas nubes blancas. 

La visión era tan bella y luminosa que su vista no pudo soportarla por un tiempo prolongado, así que tuvo que bajar sus cansados párpados por unos segundos. 

Con los ojos cerrados, volvió su atención hacía sí mismo. Comprendió que había estado durmiendo, y que estaba echado sobre su espalda, su cabeza descansaba plácidamente en una almohada y su cuerpo estaba cubierto con una manta ligera. 

Escuchó con atención. Aún tardó un momento antes de que su mente obnubilada comprendiera los sonidos que lo rodeaban. Oyó su propia respiración, pausada y constante. Luego un murmullo lejano de voces; más cerca, un suspiro de aburrimiento, un lápiz arrastrándose sobre papel, el crujido de una hoja al voltearla... Incluso un pitido rítmico que, pese a la neblina mental que lo tenía ofuscado, logró reconocer como un monitor cardíaco. 

Entreabrió los párpados una vez más. Examinó lo que tenía a su alcance sin tener que esforzarse mucho en mover la cabeza. Apenas podía enfocar más allá de su cuerpo, así que sólo miró su brazo que descansaba a un costado. Le costaba reconocerlo. Estaba feo y flaco, deformado por cicatrices que se enroscaban y retorcían por su piel, y estaba apuñalado, pinchado por una sonda que se introducía bajo su carne. 

Giró con lentitud la cabeza sobre la almohada. Su hermana estaba allí, tan sólo a unos pasos de distancia, sentada en una banca cercana a la puerta. 

Tenía la cabeza gacha y la mirada concentrada en el libro que tenía en el regazo en el que subrayada y escribía de tanto en tanto. La miró largamente, embotado, sin que se le pasara por la mente la idea de llamar su atención.

Percibió un movimiento al otro lado de la banca, y cayó en cuenta que Max no era la única persona acompañándolo. No tardó en reconocerlo. Las facciones de Steve Harrington tomaron forma poco a poco. Sujetaba un libro cerca de su cara, con los ojos entrecerrados como si se esforzara en focalizar, haciendo evidente que no tardaría en necesitar anteojos. 

Fue Steve quien notó que los estaba observando. De pronto había apartado los ojos de su lectura y se encontró con su mirada. En su rostro se compuso una expresión de sorpresa, y luego, empezó a manotear en el hombro de la chica para llamar su atención, incapacitado por la impresión para formular una oración coherente. 

Pero él no fue capaz de ver la reacción de Max porque sus párpados ya estaban pesados de fatiga y dejó que sus ojos volvieran a oscurecerse.

*

Dormía casi siempre y sus sueños estaban poblados de imaginaciones vívidas y absurdas o pesadillas imposibles y terroríficas. 

Continuamente despertaba aterrorizado, cubierto de sudor frío, gritando a través de los dientes apretados y con los retazos de la pesadilla flotando todavía ante sus ojos desorbitados: el chillido de los neumáticos, la música estruendosa que se interrumpía abruptamente, la oscuridad cerrándose a su alrededor, el olor a gasolina y a podredumbre y el sabor de la sangre en la boca, la criatura inconcebible que saltaba sobre él... 

Pero tales escenas estremecedoras no hacían sino palidecer ante el horror que le seguía a continuación... 

Por fortuna para su cordura, las ensoñaciones agradables también existían. A veces despertaba con las pestañas húmedas de ternura después de haber soñado con momentos que había pasado con su mamá, desde paseos en la playa de su infancia o picnics en parques llenos de vida, cuentos a la hora de dormir o canciones que ahuyentaban las enfermedades y las tristezas...
Otras veces despertaba confuso, pues de vez en cuando, la faz de su madre había sido reemplazado por la de Susan. Sin embargo, eran especialmente perturbadores cuando la mujer que lo miraba con dulzura y tarareaba canciones de cuna no era sino Karen Wheeler. 

Su despertar también era apacible después de evocar en sueños aquella ocasión en la playa en que un muchacho lo había abordado arguyendo que quería que lo enseñara a surfear. Adivinó que era tan sólo una excusa endeble y que el corto tiempo que iban a durar sus vacaciones no iba a ser suficiente para perfeccionar dicha habilidad. Y menos aún si gastaban su tiempo juntos conversando, bromeando y jugando. Y porque aprovechaban la mínima oportunidad para escapar a algún vestidor público, una playa menos transitada, el cuarto de hotel del forastero, básicamente cualquier lugar aislado, para entregarse a interminables sesiones de besos y caricias ardientes.
Lo revivía tal y como había pasado, hasta el más mínimo detalle. Con la única excepción de que su traicionera mente había decidido que el pretérito vacacionista tenía los atractivos rasgos y figura de Steve Harrington.

*

Día tras día los lapsos en que permanecía consciente y lúcido se fueron volviendo más frecuentes y prolongados. 

A veces incluso tenía suficiente fuerza para intercambiar algunas frases cortas con quien estuviera cerca, generalmente una enfermera o un doctor con espalda demasiado recta, corte al rape y que llamaba "las catorce cientas horas" a las dos de la tarde. 

A veces recibía visitas de su familia. Susan intentaba levantarle el ánimo y le hablaba de todo lo que harían cuando lo dejaran volver a casa. Casi siempre terminaban abrazados y sollozando en silencio. 

Max se sentaba a su lado a hacer deberes escolares, le relataba su día y le hacía comentarios malintencionados, intentando provocar una pelea. Él sonreía, ponía los ojos en blanco y le prometía que ya se vengaría de ella cuando recuperase las fuerzas. 

Neil también había acudido alguna vez, pero le había dejado con la impresión de que estaba molesto con él porque no se esforzaba en sanar más deprisa. 

El hombre se había enfocado en ver la televisión. No era exactamente que lo estuviera ignorando, pero casi no interactuó con él. En cambio si tuvo una charla con el médico acerca de la importancia y el honor que era que los jóvenes se enlistaran y sirvieran a su país. 

La verdad es que cuando su padre se marchó, el muchacho no sintió otra cosa sino alivio. 

Sin embargo, la anhelada visita de Harrington nunca ocurrió y su ausencia le dolió más de lo que hubiera imaginado posible. Pero había sido estúpido esperar otra cosa y no tuvo otro remedio que aceptar que aquella vez que había creído contemplarlo junto a su lecho de enfermo, había sido uno más de los disparates creados por su delirante imaginación.

***

No me citen. Yo no sé cómo es despertar de un coma :P

Amores extraños (Steve x Billy - Harringrove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora