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La cabeza de Steve descansaba adormilada sobre el pecho de Billy, el cual se alzó y descendió con suavidad cuando éste bostezó profundamente.

Steve se levantó sobre Billy con parsimonia y sostuvo las mejillas del chico entre sus manos, acunándolas con ternura.

—Eres tan hermoso —susurró con ojos brillantes de adoración. Tras contemplarlo con detenimiento, se inclinó y depositó un beso fugaz en sus labios—. Te amo —musitó sin apartarse.

Las palabras de Steve inundaron el pecho de Billy con una sensación de calidez deleitosa. No pudo evitar que sus mejillas se encendieran y que en su boca se formara una sonrisa. Sin embargo, una sombra de duda se instaló en su conciencia y le impidió hacer eco de la afectuosa declaración.

—Eres una dulzura, Harrington —replicó con una sonrisa sarcástica y una mirada fulgurante—. Pero, no es obligatorio que me digas eso sólo porque dejé que me lo dieras.

—Ya lo sé, Hargrove —murmuró Steve poniendo los ojos en blanco, sin dejarse intimidar por la resistencia del chico—. Si te lo digo es porque es la verdad —sus dedos seguían acariciando los pómulos de Billy—. Te amo con cada fibra de mi ser —dijo con vehemencia y convicción.

Abrumado por la intensidad del momento, Billy no fue capaz de seguir sosteniendo la mirada en esos grandes ojos que le fascinaban tanto.

—¿Cuánto tomaste? —preguntó con cautela, tratando de acallar la vulnerabilidad que sentía—. Estás borracho...

Steve frunció los ojos y resopló con exasperación, desestimando ese detalle tan insignificante al que se aferraba Billy.

—¿Eso qué tiene que ver? —preguntó con obstinación. Aunque estaba seguro de que sus sentimientos eran genuinos e incontenibles, en su interior tuvo que reconocer que, de hecho, estaba un poco alcoholizado. Tal vez, si no fuera por eso, no habría recolectado el valor suficiente para expresarse. Se mordió el labio e hizo una pausa, pensativo—. Te lo voy a repetir mañana.

—Como digas... —suspiró Billy, con un tono de voz que rebosaba incredulidad.

—Ya verás —desafió Steve mostrando un puchero.

Billy asintió, aunque el escepticismo no abandonó su gesto.

—Ya veré —repitió y se levantó, empujando con suavidad al otro para quitárselo de encima—. ¿Dónde está el baño? —preguntó para no tener que continuar con esa conversación. Steve señaló una puerta que hasta ese momento Billy había pensado que era un clóset—. Por supuesto que tu habitación tiene su propio baño —dijo con un toque de ironía—. Había olvidado que eres un ricachón.

—No es tan raro... —murmuró Steve con aire ofendido, mientras sus ojos seguían a Billy hacia el cuarto de baño. Luego de un momento, se incorporó y pasó con descuido unas toallas de papel por su piel embadurnada—. Voy un momento allá abajo —le dijo a través de la puerta—. ¿Quieres algo?

—¿Qué vas a tomar? —preguntó Billy, después de un momento de silencio.

—No lo sé... —contestó Steve meditabundo—. Tal vez un poco de leche... con chocolate.

—Eres un niño —dijo Billy, entre risas.

—Tú te lo pierdes —gruñó Steve, al tiempo que se enfundaba en el pantalón de pijama que encontró colgado de una silla.

Al salir de la habitación, echó una mirada por el pasillo y se extrañó al percatarse de que la puerta de la recámara de sus padres estaba entreabierta. No obstante, decidió restarle importancia con rapidez y siguió su camino de descenso por la escalera.

Amores extraños (Steve x Billy - Harringrove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora