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Billy Hargrove se paró frente al espejo, con una expresión de frustración dibujada en el rostro.

—Imbécil —masculló entre dientes a su reflejo. Aunque ya no estaba seguro si estaba maldiciendo a Harrington o a sí mismo.

Pero, reconocía que el bastardo geniecillo del mal lo había superado y su venganza había sido magistral. Harrington lo había jodido bien y lo peor era que ni siquiera se daba cuenta de ello.

Tomó una aspiración profunda antes de dejar su habitación para reunirse con él frente al garaje.

Su respiración se interrumpió de forma abrupta y se quedó un momento atontado mientras sus ojos se posaban sobre el chico, pues al levantar los brazos para arrojar el balón hacia la canasta, su camiseta se había alzado y su vientre había quedado a la vista unos segundos. Un escalofrío recorrió la columna de Billy ante esa fugaz visión de piel pálida surcada por una franja de vello oscuro.

Harrington atrapó el balón mientras caía y esperó a Billy frente al aro.

—¿Listo? —le preguntó con una sonrisa pintada en los labios.

Billy asintió fingiendo impasibilidad, como si su pulso no se hubiera desbocado un momento atrás, y empezaron a calentar.

Steve era muy blando con él, como si tuviera miedo de romperlo, y Billy lo encontró al principio ofensivo y exasperante. Cuando en sus prácticas jugaban uno a uno, y Harrington estaba cerca de aventajarlo, Billy sólo tenía que quejarse un poco o hacer una pequeña mueca de dolor y el castaño se distraía, aflojaba el agarre del balón e intentaba acercarse a ayudar, con el ceño fruncido de preocupación. Entonces Billy podía sacarle la bola y lanzarla al aro sin problemas.

—No puedo creer que sigas cayendo... —jadeaba con la voz cargada de frustración, pero con un brillo de diversión en la mirada.

Steve lo maldecía en cada ocasión, juraba que no iba a dejarse engañar otra vez, y a los cinco minutos volvía a caer en la trampa de Billy.

Si fuera por ese entrenador tan pusilánime, Billy nunca habría tenido oportunidad de mejorar. Pero, por fortuna siguió haciendo sus propios ejercicios, los que le habían recomendado en el hospital y también había vuelto a hacer levantamientos y otras cosas.

Todavía no estaba tan fuerte como antes, pero sentía el progreso. De hecho, se sentía tan bien que estaba seguro de que en unos días, cuando regresaría a la escuela, le sería sencillo convencer al entrenador de que le permitiera reincorporarse al equipo.

*

En otras ocasiones Billy no tenía suficiente energía o entusiasmo necesarios para sus sesiones de entrenamiento, y se quedaban adentro viendo la televisión en el cuarto.

Su cama era más pequeña que la de Steve, quien dormía en una matrimonial. Sin embargo, a pesar de las claras limitaciones de espacio, éste insistía en acostarse a su lado.

—¡Condenado idiota! —le gruñó Billy mientras lo empujaba hasta que consiguió tirarlo al suelo—. ¡No cabemos los dos! ¡Siéntate allí! —le gritó irritado, señalando la silla de su escritorio.

Steve se levantó del piso y se sacudió la ropa con aire de indignación. Sin embargo, ignoró las instrucciones de Billy. En lugar de dirigirse a la silla que tan amablemente le ofrecían, se le arrojó encima e intentó hacerle una llave.

No obstante, Steve carecía por completo de conocimientos y destrezas en el arte de la lucha. Y el pobre ser era ignorante de su propia incompetencia. Sin embargo, era persistente. El necio se negaba a rendirse.

Amores extraños (Steve x Billy - Harringrove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora