11

230 29 14
                                    

Steve salió del camino y maniobró para aparcar frente al despachador de gasolina y bajó del auto para rellenar el tanque.

 —¿Tienes hambre? —inquirió Nancy, saliendo también poco después—. Voy a comprar algo —añadió acto seguido, tras obtener como respuesta un asentimiento distraído, cruzó su pecho con la correa de su bolso y se dirigió a la tienda.

Una vez que terminó de despacharse el combustible, Steve se recargó en la carrocería del auto a rumiar sobre la extraña semana que habían tenido y el agobiante día que les esperaba.

Nancy había aparecido en su casa sin avisar. Pálida, nerviosa, temblando e incapaz de mirarlo a los ojos. Steve no había entendido al principio las palabras que salían de sus labios. No conseguía comprender por qué le hablaba de retrasos si todos sabían que era la persona más brillante de su generación.

Su confusión había logrado arrancar una carcajada a la chica. Pero su risa histérica se había transformado de forma abrupta en un llanto desconsolado; y entonces Steve había captado el verdadero significado de sus palabras.

—Hablaré con nuestros padres... —había murmurado él con un nudo apretado en la garganta.

Una mezcla contradictoria de orgullo herido, decepción y alivio lo golpeó de lleno cuando Nancy movió la cabeza con vehemencia de un lado al otro. Ella tenía grandes planes y aspiraciones. Deseaba asistir a la universidad, estudiar, trabajar y ser exitosa.

—¡No me quiero casar todavía! —exclamó con tono enfático.

No contigo —o eso fue lo que Steve pareció escuchar entre líneas, y sintió un eco amargo del dolor que había sentido la primera vez que Nancy le había destrozado el corazón.

No es que siguiera enamorado de ella, aquel capítulo en su vida ya estaba zanjado y superado desde mucho tiempo atrás.

Aunque ya no la amaba de esa manera, en lo profundo de su ser sobrevivían, latentes, las fantasías de convertirse en padre y tener una familia vasta y numerosa, y Nancy siempre había parecido el núcleo de aquellas ensoñaciones.

Ella había llegado a convertirse en un símbolo sublime, una figura idealizada que encarnaba al amor de su vida.

No obstante, esto había cambiado de forma radical. El cariño que sentía por Nancy había cambiado de naturaleza.

Y ahora, cuando se sorprendía soñando despierto con el porvenir, ya casi no visualizaba a seis niños y niñas correteando a su alrededor. Algunas ocasiones eran cachorros juguetones, y otras eran suculentas exuberantes. Y la persona que veía en sus brazos, envejeciendo junto a él, compartiendo sus secretos, sus lágrimas y alegrías...

No era Nancy.

Era Billy Hargrove.

Pero, en ese momento se hallaba allí en una estación de servicio en mitad de su larga travesía.

Nancy y él precisaban alejarse de Hawkings y dirigirse hacia la capital, dónde no habría nadie que pudiera reconocerlos ni delatarlos con sus padres si los descubrían encaminándose hacia la clínica.

Steve miró su reloj y calculó cuánto tiempo les llevaría llegar a su destino. Los segundos parecían haberse ralentizado y el tiempo se arrastraba con pereza. La inquietud comenzaba a apoderarse de él. Quería terminar con aquello cuanto antes.

Frunció el cejo, impaciente. Estaba seguro que había transcurrido más tiempo del que Nancy debía necesitar para pagar la gasolina y comprar algo para comer. Pero cuando decidió que lo mejor era ir a buscarla, se dio cuenta de que ella ya se aproximaba desde el sanitario público.

—Disculpa mi demora —dijo mientras se acercaba a él con aire alegre. Sus labios esbozaban una sonrisa—. Tuve que regresar para conseguir unos tampones —explicó sin el mínimo pudor.

—Está bien, no te preocupes —dijo Steve a la vez que sus mejillas se coloreaban de rosa, poco acostumbrado a escuchar de ese tipo de temas. Nancy sonrió y comenzó un conteo mental. Steve hizo como que volvía al auto y luego se paró en seco—. Espera... ¿entonces...? ¿Eso significa que...? ¿Ya no... ya no...? —balbució echando miradas intensas al estómago de la chica.

Ella negó con la cabeza y rio con notable nerviosismo. Steve la acompañó en su risa y la estrechó en un abrazo ansioso.

Permanecieron enlazados mientras sus risas ascendían y descendían de forma aleatoria, junto a una amalgama agridulce de sentimientos encontrados. Culpa, resignación, vergüenza, melancolía, y alivio. Sobre todo, alivio. Por fin se sentían liberados de un peso que los había aplastado por mucho tiempo.

—¿Regresamos a casa? —propuso Nancy en voz baja y entrecortada.

Steve se limpió la humedad del borde de los ojos y movió la cabeza arriba y abajo.

Su mente ya empezaba a divagar. Se preguntó cómo estaría Billy, si estaría preocupado por él, si lo extrañaría tanto como él lo extrañaba a él.

*

El largo tiempo que Steve había permanecido alejado de Billy había sido una tortura y había sufrido de un intenso síndrome de abstinencia peor que el que había experimentado cuando dejó el tabaco. Lo había extrañado en demasía y estaba añorando con vehemencia volver a encontrarse con él.

Era consciente de que no podría compartir con Billy los detalles de lo que había atravesado los últimos días, pero también confiaba en que bastaría con contemplarlo para que todas las preocupaciones y tristezas se desvanecieran de su pecho en un instante, y esta perspectiva lo llenaba de ilusión.

Se aproximó a la casa con el corazón acelerado y una sonrisa en los labios, permitiéndose imaginar cómo sería su reencuentro. Fantaseó con una escena en la que Billy saldría corriendo y le echaría los brazos al cuello, le diría entre maldiciones que lo había echado de menos, y lo estrecharía con fuerza hasta lastimarlo.

Sin embargo, Billy no tenía la misma idea.

Para su desconcierto, cuando Billy acudió a la puerta, su expresión se torció y adquirió un deje de irritación.

—Vete, Harrington —le dijo en tono áspero y cortante—. No tengo humor de verte ni la energía suficiente para simular que me caes bien —le espetó con desdén.

Helado y estupefacto, se quedó de pie incapaz de reaccionar ni comprender la razón detrás de la hostilidad de Billy, aunque finalmente creyó atisbar el motivo.

Neil le había relatado cómo lo había sorprendido cuando intentaba besarlo cuando estaba dormido. Y ahora lo odiaba. Le tenía asco. Y no querría volver a verlo nunca más.

Afligido, empezó a balbucir una disculpa incoherente y atropellada, pero Billy ya le había cerrado la puerta en la cara.

Steve se quedó paralizado en el escalón por largo rato, sin poder asimilar lo ocurrido ni saber qué hacer a continuación.

Cuando se decidió a regresar a su auto, sintiéndose al filo del desamparo, la puerta se abrió de nuevo, por lo que giró sobre sus talones de inmediato. Sin embargo, no fue Billy quien apareció en el umbral.

***

Siempre que termino estos capítulos y llego a esta parte me quedó otra media hora pensando que ponerles aquí. Bueno, a veces no se me ocurre nada.
¿Cómo les va?

Amores extraños (Steve x Billy - Harringrove)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora