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Aquel estaba siendo un día de mierda. Abrió la boca para dejar entrar el aire frío del consultorio, sus manos temblaban y las palabras del doctor retumbaban en sus oídos: «Hay que intervenirlo, la aneurisma puede causarle un sangrado, estas cosas suelen pasar con golpes en la cabeza...». A veces los niños necesitan tanta atención.

Se levantó de la silla y salió del consultorio, su pecho estaba contraído por las terribles ganas que tenía de llorar.

―¡Oiga, espere! ―exclamó el pediatra tratando de detener a la mujer que se marchaba asustada, debían encontrar una solución.

―No van a operarlo. Y yo me voy, Alan está bien, actúa normal y no tiene ninguna cortada en la cabeza ―replicó preocupada, los ojos se le humedecieron y miró directamente al doctor―, sé que eso debe costar mucho dinero y yo no puedo conseguirlo así de la noche a la mañana. ―Se abrazó el cuerpo ella misma, pero eso no le quitó el frío, no quería estar en ese lugar, en un hospital, quería irse a casa.

―La radiografía muestra que el tamaño de la aneurisma es aún de pocos milímetros, eso le da tiempo, ha dicho que no tiene el dinero, pues le doy un mes para encontrarlo.

Ese ultimátum fue la despedida del doctor antes de regresar a su consultorio. Mara se mantuvo firme, viendo el rostro apenado de la secretaria, miró alrededor del lugar donde se encontraba, había personas observándola, todas esperando a ser atendidas en alguna especialidad, la suya era pediatría, porque el día anterior su niño había presentado confusión y mareo tras una caída en el parque, de inmediato lo llevó a emergencias y hasta entonces le daban los resultados de las placas; nunca pensó que le dirían algo así, él era su mundo y lo que estaba ocurriendo era una pesadilla.

Comenzó a andar y bajó unas escaleras hasta el primer piso, se limpió las lágrimas, se colocó un mechón de pelo tras la oreja y como despedida le trató de sonreír a una de las enfermeras del hospital, la tristeza se reflejaba en su rostro, viéndose por supuesto más preocupada que el día anterior cuando vio a su hijo caer y llorar.

Él todavía estaba dormido, así que llamó a su madre para avisarle que iría un rato fuera del hospital, ya que ella era la encargada de cuidarlo mientras Mara hablaba con el doctor. Ella no quería que la vieran afectada, se calmaría un poco y luego regresaría con ellos a la habitación.

La parada del autobús no estaba lejos y caminó un poco para poder llegar hasta allí, el tiempo que estaría afuera sería corto, lo que buscaba era un sitio donde sentarse a pensar. Al instante le dio la impresión de que unos tacones retumbaban sobre la acera, Mara se giró y detrás de ella una mujer elegante caminaba con rapidez, se apartó un poco, esperando a que la señora pasara, pero ésta no lo hizo, sólo enarcó una ceja y una sonrisa fría curvó sus labios.

―Trataba de alcanzarte.

Mara no le quitaba los ojos de encima, le pareció que la mujer quería decirle algo importante.

―¿A quién? ¿A mí?

Toda eficiencia, la misteriosa mujer asintió.

―Creo que yo podría ofrecerte algo que tú buscas ―dijo y la detalló de arriba abajo.

―Lo siento..., no le entiendo. ―Entrecerró los ojos.

―¿Hablamos un poco? Ven, siéntate.

Mara obedeció, no sin antes limpiar un poco el banco de la parada por si tenía tierra. La mujer, viéndola más de cerca, se dio cuenta de que la muchacha parecía medio pálida, desprovista de alegría, estaba envuelta en un aura de miedo, sería sumamente fácil hacerla caer.

―Entonces, según usted, ¿qué es lo que estoy buscando?

La mujer sonrió de nuevo.

―Los milagros siempre se consiguen con los demás.

Alianza y poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora