VI

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Mara había empezado en la empresa hace un par de días, notó un ambiente agradable y se relajó un poco, ella estaba preparada, sólo debía demostrarle al señor García que era una mujer con una meta: aprender.

—Emilie. —El estómago le dio un vuelco y casi se atragantó con el último pedacito de una dona. ¡Dios, me está llamando! Debía apurarse, agarró la agenda, levantó la cabeza y empezó a caminar con la mirada al frente y expresión alerta hacia la oficina del jefe—, ¿estabas comiendo? —preguntó Nicholas cuando ella entró por la puerta.

—No —mintió horrorizada.

—Pues tienes algo marrón en la cara, siéntate. —Cerró la puerta mientras disimuladamente se limpiaba los rastros de chispitas de chocolate, se sentó y comenzó a anotar todas las citas que él le dictaba—. Perdona que no te haya dejado marchar temprano ni hoy ni ayer, pero con la llegada del nuevo cargamento de repuestos se jodió todo.

—No pasa nada. —Intentó sonreír, pero tenía la boca seca, estaba muy nerviosa porque no había podido visitar a su hijo en el hospital.

—Emilie —volvió a decir él, miraba un papel y marcaba unas casillas—. En general lo estás haciendo bien, no has llegado tarde, entiendes las tareas que se te encargan, eres bastante rápida, te llevas bien con tus compañeros, bla, bla, bla... ¿Te sientes bien con tu empleo?

—Pues sí.

—¿Alguien te ha hecho sentir incómoda?

—No.

—Muy bien, ahora me hacen llenar esto para cada empleado todos los viernes. —Suspiró y marcó otra casilla—. Creo que eso es todo por hoy, puedes marcharte ya.

—Muchas gracias, señor, pase un buen fin de semana.

Cuando salió de aquella oficina vio la hora en su reloj de muñeca, era temprano y podía ir al hospital antes de irse a casa, regresó contenta hasta su escritorio y su teléfono celular comenzó a repicar, miró la pantalla con una expresión sospechosa.

—Aló —contestó asombrada, pues él nunca la había llamado al móvil, de hecho, nunca la había llamado—. ¿Pasa algo?

Emilie, necesito que me acompañes esta noche a una fiesta, debes llegar rápido y arreglarte.

—No me gustan las fiestas, ya veo a qué se debe tu mal humor, te desvelas muy seguido y seguro no duermes bien. Una pregunta, ¿no trabajas?

No es tu problema mis amanecidas ni si trabajo, y para tu tranquilidad, no pretendo llevarte a un bar a tomar unos tragos, como seguramente te gustaría, debo ir a otro tipo de fiesta, una elegante.

—¿Y qué pasa si me niego, señor Harper?

Pues, entonces no vayas a la empresa mañana porque me encargaré de que Nicholas no te dé ni los buenos días.

—Estupendo, ahora me amenazas, estoy empezando a odiarte, Devan.

Practica tu sonrisa falsa entonces, Reina, porque irás y punto.

Lo escuchó y no quería responder, no podría decirle nada agradable, terminó apretando los ojos y mordiéndose el enfado, dijo:

—¡Tú ganas, imbécil!

Siempre —susurró él y trancó la llamada.

Ella descargó la rabia que tenía dándose una larga ducha al llegar, primera vez que se sentía de esa manera y era incontrolable, quería golpearse la cabeza contra las baldosas que tenía al frente, el no poder tener el control sobre su vida la llenaba de furia, ningún hombre la había sacado tanto de quicio como lo hacía él y lo más absurdo era que tenía que verlo a diario, a ese arrogante, orgulloso y grosero, que sólo se empeñaba en querer hacerle ver que tenía poder sobre ella.

Alianza y poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora