III

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Mara se acabó la bolsa de papas fritas que encontró para desayunar y miró a Devan en el otro extremo de la cocina, sentado en una silla con actitud hostil.

—¿Por qué no me perdonas de una vez? No es mi culpa que no tengas nada de comida en los estantes.

—Eran mías.

—De acuerdo.

Caminó hasta él y le ofreció un poco, por supuesto que Devan no agarró ni una.

—Iré a la tienda y traeré algunas cosas, pásatelo bien sin mí, adiós.

Mara levantó los hombros, aunque su desconsuelo disminuyó un poco al saber que no planeaba matarla de hambre.

—En realidad, no creo que pueda pasarla bien aquí —dijo ya cuando él se había marchado—. Esta casa está asquerosa, parece que no la limpian hace mucho.

Pegó la espalda contra la pared y suspiró, por lo menos la mañana había estado bien y no se habían matado, Mara seguía inquieta, pero no tanto como el día anterior.

Ella esperó durante horas, pero Devan no regresaba, fastidiada y sintiéndose más sola que nunca consideró descansar sobre la cama un rato, porque el incómodo sofá le había pasado factura, sentía que los ojos se le cerraban y entonces se quedó dormida.

Al rato fue consciente de una mano fría en su mejilla y abrió los ojos de golpe, alzó la vista y vio los mismos ojos negros que ocupaban su pesadilla, por un momento no pudo recordar dónde estaba, pero luego le vino todo a la cabeza: Devan, la boda, el hambre...

—¿Qué hora es? —preguntó más consiente.

—Es casi medianoche. —Él apoyó una mano sobre el copete de la cama y la miró con una sonrisa arrogante—. Emilie, ven a comer.

—No, gracias, no quiero —mintió.

—No seas rencorosa, por si no te has dado cuenta tu estomago está rugiendo.

—¿Dónde diablos estabas? —inquirió incorporándose—. Cualquiera diría que le diste la vuelta al mundo sólo para encontrar una tienda, mira qué hora es.

—Procura no sermonearme —contestó el aludido—. ¿Me extrañaste? Ayer por la noche te morías de la vergüenza cuando te dije que podías dormir aquí y hoy te veo muy relajadita.

—¿Y qué quieres que te diga?

—Pues, no sé... ¿gracias por ser un tipo tan considerado?, por ejemplo.

—Oh, cállate, sabes que no te voy a decir eso, vete a joder a otra mujer —dijo con insolencia—. No tengo ninguna intención de participar en tu juego.

—¿No hay nada que pueda hacer para convencerte?

La mirada de Mara no se alteró.

—No, nada.

Los ojos de Devan se oscurecieron y un músculo de su mandíbula se tensó.

—En ese caso, salgamos de aquí, yo sí quiero comer.

Mara sintió unos deseos irrefrenables de ponerse a discutir con él, pero se contuvo, se dirigieron a la pequeña cocina y el estómago se le contrajo al sentir el delicioso olor a pizza, aquel hombre no sólo había comprado eso, sino también había llenado la nevera y los estantes. Ella se volvió y lo miró con la boca abierta, fue más extrañeza que un gesto de asombro, por supuesto, él no dio explicaciones, no tenía por qué hacerlo.

Al día siguiente muy temprano en la mañana, Mara le envió un mensaje a Marcela para pedirle que se encontraran en un café, ella aceptó y Mara comenzó a pensar en qué le diría a Devan, no sentía la suficiente confianza como para despertarlo, así que observaba la puerta de la habitación como algo prohibido. Se vistió e hizo desayuno, luego caminó discretamente hasta la puerta de entrada y salió, pero pronto sintió a alguien detrás de ella. Devan la sujetó por la cintura y la apretó contra él, después bajó la cabeza y rozó sus labios por la oreja de Mara.

Alianza y poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora