XIV

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Mara se puso rígida cuando se dio cuenta de que Devan cerró la puerta principal de la casa con un portazo, él se había marchado reteniendo toda esa rabia.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó echándose para atrás con fuerza, tirando la almohada al suelo por el movimiento brusco. Tenía la boca hinchada y roja, sus pechos se elevaban y su pelo estaba despeinado porque él se lo había revuelto con las manos, aunque ella no lo sabía porque aún no se veía en un espejo. Cuando cerró los ojos quiso llorar, había estado con hombres en el pasado, pero era la primera vez que se enfrentaba a algo así. La acusación en esos ojos negros la hizo sentirse humillada y eso no era justo porque ambos habían mentido—, ¡no puedo sentir tanto por un hombre así, maldita sea! —gritó—. ¡Ahora todo será peor!

En lugar de llorar se levantó de la cama con un gesto dolido que la hizo sentirse como la mayor estúpida del mundo.

—No puedo... —murmuró al encerrarse en el baño—. Si le digo toda la verdad, el niño correrá peligro.

Abrió la ducha y se metió bajo el chorro de agua fría, huyendo del calor peligroso que generaba su cuerpo en llamas. Su corazón estrujándose mientras pensaba en el hombre con el que se había casado. El hombre enfurecido que había empuñado un arma para defenderla, el hombre que le había regalado flores, al que ya no sacaba de su cabeza. El hombre al que le había permitido tocarla mientras lo disfrutaba... olvidándose de tantas cosas en el proceso. Un grave error de su parte permitir tanto.

La mirada de Mara se endureció y sus ojos se estrecharon con sospecha. Él sabía de su mentira. Sabía que no era Emilie, pero, ¿qué más sabía? Tenía que tranquilizarlo para calmar su rabia. Tenía que hacerle ver que también fue engañada, Marcela había planeado todo, no ella y definitivamente no dejaría que él siguiera pensando que era una oportunista.

Finalmente salió del baño, tenía una expresión de shock que hacía que su corazón latiera más lento. Cuando sus preocupados ojos repararon en la cama supo que no podría calmarse del todo, acercó su nariz a la camisa que Devan había dejado y aspiró el olor que acababa de quitarse del cuerpo, justo en ese momento supo que se habría entregado a ese hombre sin pensarlo... Se alteró al saber que nadie jamás la había tocado como él.

Tratando de escapar de ese pensamiento llegó hasta la puerta de la casa y salió, era una noche tranquila y la luna llena iluminaba los escalones. Ella se sentó allí. Cuando giró la cabeza hacia unos árboles vio a Jack, el hombre que siempre acompañaba a Devan, estaba apoyado contra un tronco y la observaba sin disimulo.

—¿Qué haces ahí? ¿Te mandaron a vigilarme? —preguntó.

Él alzó los hombros.

Inapropiadamente, se fijó en su cintura, tenía una pistola enganchada entre el pantalón y la correa. Jack, como si hubiese oído los pensamientos espantados de la mujer, llevó las manos hasta la tela de su camisa y cubrió el arma para que no quedara a la vista. Dio un paso al frente, fijándose mejor en ella.

—¿Estás bien? —le preguntó, porque se había dado cuenta de que tenía un gran moretón en el cuello.

—Sólo me golpearon una vez, tranquilo —le respondió con nerviosismo y estupor—. Estaré bien.

—¿Segura?

Mara lo miró, iba a asentir cuando él comenzó a caminar en su dirección.

—Sí, estoy bien —repitió, y se levantó rápidamente del escalón.

Él captó su movimiento temeroso y se detuvo. Se señaló el cuello y arrugó la frente.

—¿No te duele?

Alianza y poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora