XVIII

104 18 48
                                    

El corazón de Mara estaba acelerado y continuaba sin decir nada, mientras Devan apretaba su cintura con cierta presión, dejándole en claro que no se moviera ni una sola vez. Ella deseaba abrir la boca para decir algo, pero no podía, sus músculos estaban negados a reaccionar, aunque su cerebro procesaba las palabras de su esposo.

No podía ser el dueño.

Pero la verdad era que tenía que aceptar el hecho de que Tomson aún no cerraba la boca y que parecía estar más pálido que un papel.

Devan la había engañado desde el comienzo. ¿Cómo era posible que no se lo dijera?

Debería habérmelo dicho, debería. Se repetía lo mismo una y otra vez mientras observaba a su supervisor, porque esa noticia les afectaba. Sí, lo cambiaba todo.

—¿No te hice una puta pregunta? —espetó Devan, dirigiéndose a Tomson. Mara se estremeció porque tras ese tono de voz siempre se escondía mucha rabia y violencia.

—Señor Harper... —habló el aludido con pausa—. No quise ser maleducado.

Ella continuaba en silencio, aunque notando que el hijo de puta casi se orinaba frente a Devan.

—Voy a darte unos minutos para que le pidas disculpas tan rápido como puedas —se acercó con amenaza—. Luego de eso no quiero ver más nunca tu patético e insignificante rostro, ¿me estás entendiendo?

—Pero, señor Harper —se atrevió a decir—. Merezco una explicación.

Devan soltó una risa baja y peligrosa.

—¿Qué te dé una explicación?

—Probablemente ella le vino con algún chisme, parece un ángel, sí, —reconoció—. Pero no es tan santa, no me sorprende que haya inventado cosas sobre mí.

—¿Disculpa? —Mara se defendió—. Lo que estás diciendo no es correcto, ¿qué te hace pensar que me interesa hablar de ti? Aunque todo el mundo debería enterarse de que tratas a tus empleados de forma despreciable.

—Cierra la boca, Emilie —advirtió, pero antes de que ella pudiera contestar, la mano de Devan llegó a su garganta con precisión y usó la fuerza bruta para empujarlo contra una pared mientras le robaba el oxígeno.

—¿Cómo es que te llamas tú? —le preguntó—, ah, ya... Abraham, ¿no? —dijo sosteniéndole la mirada—. No eres muy inteligente, ¿acabas de decirle a mi esposa que cierre la boca? —Tomson no podía decir nada en medio del sofoco—. ¿Ahora entiendes por qué estoy aquí? Te mataré por haberla estado agobiando, ella no es cualquier empleada, ¡y no me importa si no lo sabías! ¿Joderla era tu propósito?

Mara lo sujetó del brazo y con los ojos le pidió que lo soltara, realmente iba a matarlo si seguía ahorcándolo y el escándalo en la empresa sería terrible. Odiaba a Tomson, pero eso sería demasiado.

—Suficiente, Devan, suéltalo...

—¿Suficiente? Debería meter su cabeza en el retrete para que tú te divirtieras con su garganta tragando mierda —susurró frenético—. Quizás eso le quitaría todo lo hijo de puta que es —terminó de decir él, mientras alejaba la mano de la garganta del hombre y le permitía respirar nuevamente.

Tomson llevó una de sus manos a la piel de su cuello y tragó con fuerza mientras el dolor lo carcomía y la noticia lo impactaba más y más. ¿Era su esposa? Nunca le mencionaron aquello, de lo contrario, jamás se hubiera metido con ella.

—Señor Harper... escúcheme —jadeó mientras Devan abría la puerta y llamaba a alguien—. Por el amor de Dios... yo no sabía que...

—¿Qué era mi esposa? ¡Sucio gusano rastrero! ¡¿Qué te parece esto como respuesta?!

Alianza y poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora