VII

114 28 40
                                    

A Mara le comenzaron a temblar las piernas.

—¡Devan, nooo! —le gritó, al mismo tiempo que lo sujetaba por la chaqueta del traje negro—. ¡Déjalo ya, las cosas no se resuelven a golpes!

Devan soltó a Emerson y se retiró un puñado de cabello que le había caído en la cara, él sabía que todos lo veían, lo que hacía difícil molerlo a golpes, como en realidad quería, o cualquier otra cosa que se le pasara por la mente; Emerson lo había provocado en un mal lugar. Se movió un poco y miró a Mara con las cejas levantadas.

—Reina, con basuras como estas no se puede razonar, la próxima vez sólo cierra tu puño y dale con todas tus fuerzas, tengo que enseñarte tantas cosas —dijo torciendo la boca, estaba luchando con la impotencia—. Y si el golpe en la nariz no tiene éxito, lo pateas en la entrepierna.

—Entendido —dijo acercándose, luego ambos hicieron lo mismo, los ojos de Devan la recorrieron de arriba abajo y los de ella recorrieron su costoso traje, su rostro que no tenía ningún rasguño y sus ojos depredadores y gentiles—, gracias por parar. —De pronto se sintió aliviada y segura otra vez, Emerson era un idiota por haber provocado así a Devan.

Él cogió la mano de su esposa para tirar de ella hacia la puerta de aquel lujoso salón, dejando a más de uno con la boca abierta y a Emerson Buró tirado en el suelo, muriéndose de rabia y humillación.

¿Qué le estaba pasando a Devan? Se estaba volviendo muy posesivo con Mara y él mismo no sabía hasta qué punto eso era bueno, no si estaba tan determinado a querer matar a alguien por defenderla.

Media hora después estaban sentados dentro del auto, en un mirador donde se apreciaba la quietud de la noche, algo retirado de la ciudad, había luces en diversos puntos que dibujaban destellos de luz, Mara ya no respiraba agitada y el viento movía los mechones sueltos de su pelo, dejó de mirar al frente y se volteó hacia Devan, que tenía los ojos fijos en ella.

—¿Te sentiste bien al golpearlo? —preguntó algo confundida.

—Sí, él se lo buscó —aseguró con la frente en alto, sin remordimiento alguno.

—¿Y si cumple lo que dijo? —replicó manteniendo los ojos en el rostro de Devan—. Creo que no estaba jugando y que ahora lo hemos provocado.

Él miró la forma asustada en la que ella lo estaba contemplando y trató de tranquilizarla.

—Él no irá por ti, Emilie, tienes que creer en lo que te digo, él está jugando conmigo, me quiere a mí.

—Creo que tampoco me gusta la idea de que te busque a ti —dijo en un murmullo, mirando hacia otro lado porque sus mejillas ardían.

—No nos pasará nada, estaremos bien —respondió con tono tranquilo mientras una leve sonrisa se formaba en su cara, la previsión de ella le pareció algo tierno y agradable, lo estaba cuidando, ¡y diablos!, que bien se sentía que alguien se preocupara por él.

—¿Qué es tan gracioso? —indagó ella, pero él negó restándole importancia.

—Sólo pensaba un par de cosas y se me ocurrían otras.

—¿Vas a llevarme a casa? —preguntó cambiando el tema, sabía que él no le diría lo que estaba pasando por su cabeza, aprovechó también para ponerse el saco que Devan se había quitado, el frío se comenzaba a colar por su cuerpo.

—¿Tú quieres ir a casa?

—Sí, es tarde e ir a esa fiesta no fue una buena idea.

—¿No quieres ir a cenar? No pudiste comer nada, debes tener hambre. —Ella arqueó una ceja, estaba tratándola tan bien que le dieron ganas de reír, aunque el único propósito de él era hacerla olvidar el mal momento que habían pasado, creía que por ser amable lo lograría.

Alianza y poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora